Ilustración: Mateo Gallardo |
Si me preguntás, no sé en qué estaba
pensando cuando le largué a la patrona una propuesta de ese calibre. Por alguna
razón andaba con el ánimo bien en alza y tuve una especie de arranque de buena
onda. No hay otra explicación.
La reacción de mi mujer fue una mezcla
de sorpresa y emoción poco disimulada. Tanto, que ahí nomás me di cuenta de que
capaz me había ido de mambo sin pensar un segundo dónde me estaba metiendo.
Pero ya no había marcha atrás.
Lo que quedó sellado en una suerte de
pacto tácito inviolable, fue que a partir de ese momento, al menos una vez por
semana, yo me tendría que ocupar de calzarme el delantal y preparar la comida
para toda la flía. Los asados no contaban, y mucho menos panchos o
hamburguesas. Tenía que ser comida con un grado de elaboración decente y, por
supuesto, preparada en la cocina por los machos de la casa.
Quise inaugurar la movida con algo
piola, no tan básico. Y por eso apelé a un magnífico libro de recetas que está
dirigido justamente a los que no sabemos ni diferenciar el aceto del vinagre.
Un libro que mi mujer nunca abrió porque, en materia culinaria, ya hace rato
que juega en primera.
Después de recorrer las páginas del
libro me decidí por una receta de carne al horno con papas y verduritas. Repasé
los ingredientes y, aunque me costó identificar algunos, vi que tenía todos.
Manos a la obra.
Acomodé el libro a la vista y desplegué
todos los ingredientes a mano. Fundamental eso, tener todo a tiro y seguir las
instrucciones. Porque en la cocina no te podes distraer un segundo. Es como si
jugaras de tres y te atacara Messi por tu punta. Pestañeás y perdés. Las
mujeres en general hacen todo de memoria o ya les sale automático. Pero
nosotros somos todos de la escuela de Mostaza: paso a paso, siguiendo cada
directiva sin salirnos de la hoja de ruta.
Arrancamos con un entusiasmo desmedido.
Todos con sus delantales y algún que otro gorro improvisado. Pero a los pibes
la emoción les duró lo que un Sugus y cuando me quise acordar me habían dejado
de garpe.
Venía todo diez puntos hasta que di
vuelta la página del libro para ver cómo seguía la cosa. La hoja estaba toda
pintarrajeada y no se podía leer nada.
Entré en crisis. Mi mujer estaba en el
jardín pero eso lo tenía que resolver solo. Mi orgullo nunca me habría
permitido bajar la cabeza el día del debut.
Dejé todo como estaba y salí disparado
a buscar una mano del fenómeno internet. Google era mi salvación.
Primero me puse a chequear los mails
porque es lo que me sale automático apenas me siento frente a la computadora.
Cinco correos nuevos. Los leí a todos y respondí tres.
Después metí el nombre del menú que
estaba tratando de preparar. Aparecieron cuatro millones doscientos treinta y
cuatro mil seiscientos doce resultados. Me metí al azar en una de las páginas y
me encontré con un amigo de mi infancia. Me acuerdo que de chico el pibe soñaba
con ser futbolista alguna vez, pero se ve que la vida lo llevó por otro lado
porque ahora es chef y tiene un emprendimiento gastronómico propio. Hice lo que
hace todo el mundo cuando se acuerda de la existencia de alguna persona: lo
busqué en Facebook. Y lo encontré. Y le tiré amistad a ver qué onda.
En eso estaba cuando se me apareció uno
de mis hijos en el cuarto preguntándome si la comida ya estaba lista.
La comida!! Volé a la cocina y lo que
me encontré fue una especie de popular después de prender miles de bengalas,
con el humo que no dejaba ver nada. A la que sí vi fue a mi mujer, parada en
abajo del marco de la puerta y mirándome con sonrisa socarrona que fue como una
patada en las encías.
En menos de diez minutos subí a toda la
tropa en el auto y nos fuimos a comer afuera.
Quiero mi revancha, la voy a buscar.
(Tigris agosto 2012)
(Tigris agosto 2012)