Cuando el viejo laburaba en TyC Sports, siempre nos conseguía
entradas para ir a la cancha. Eran entradas de protocolo -o sea para clientes-
pero siempre le sobraban algunas y me las daba para ir con amigos.
Junio del año 96. River jugaba un miércoles a la noche la vuelta
de la semifinal de Copa Libertadores contra la Universidad de Chile, en el
Monumental. Obvio que le pedí entradas, aunque sin mucha esperanza por la
altísima demanda que tenía un partido de copa en esa instancia. Lo primero que
me contestó el viejo fue justamente eso: que era prácticamente imposible, así
que me olvidé del asunto y me organicé para verlo con amigos.
El mismo miércoles, a eso de las cuatro de la tarde, me llamó
el viejo para decirme que había conseguido una entrada, de un tipo que le había
pedido pero que nunca la fue a buscar. Salí disparado de mi laburo sin dar
explicaciones y me arrimé hasta la oficina del viejo, que era en Constitución,
a la vuelta de canal trece. Ahí me recibió su secretaria, que me hizo esperar en
una salita mientras el viejo terminaba una reunión.
- ¿Vas a ir con ese traje a la cancha?
Fue lo primero que me dijo el viejo apenas salió de su
oficina mientras me escaneaba de arriba abajo, mordiéndose el labio.
- Es que vengo del laburo y no me traje otra ropa porque no
sabía que me iba a la cancha.
El viejo me hizo un gesto con la mano, como pidiendo que esperara
y volvió a meterse en la oficina. Desde ahí llamó a su secretaria y le preguntó
si había quedado alguna ropa de merchandising del último evento. Al ratito se
apareció la señorita con un conjunto blanco, demasiado blanco, reluciente, que
consistía en pantalón con elástico violento en la cintura y una camperita con
cierre que llevaba el logo de TyC gigante en la espalda. La tela era una
especie de nylon abrillantado que te dejaba ciego si lo mirabas fijo.
La secretaria me la dejó en el asiento y volvió a su oficina.
El viejo me miraba entusiasmado, con esa sonrisa suya tan característica, como
esperando que diera mi veredicto. Yo no sabía bien qué decirle porque la pilcha
era un espanto. Si no hubiera sabido que al viejo le daba lo mismo ponerse
encima cualquier cosa, habría pensado que me estaba haciendo una joda. Pero no,
posta quería que yo fuera con eso a la cancha. No tenía escapatoria porque ya
se había hecho tarde y me tenía que ir directo al Monumental, así que le di
para adelante y salí a la calle con la joguineta blanco ala que se daba de trompadas
con los zapatos negros que yo ya traía puestos. Me puse todo arriba del traje porque
hacía un frío de cagarse.
Lamento no tener una foto del outfit como para que puedan dimensionar
la gravedad del asunto, pero al mismo tiempo lo agradezco porque sé que de una
imagen así no se vuelve fácil.
De Constitución hasta Núñez hice todo el viaje en subte y
tren mirando el piso. Sentía como cuchillos esas miradas de gente que se
estaría preguntando si era un médico del Churruca o un peón de carnicería a
cargo de bajar medias reses. Cuando llegué a la cancha, el señor de seguridad me
vio ataviado con el mameluco blanco y miró la entrada medio rápido porque era
terrible quilombo el ingreso. Al toque me dijo que por ser “agente de prensa” (?)
podría ir a un sector especial, al borde mismo de la cancha. Recién ahí miré la
entrada porque nunca la había visto. Era un pase para periodistas y
evidentemente el flaco de seguridad interpretó que mi conjunto era prensa. Fue
una cosa de locos lo que viví esa noche. Hasta picada me dieron. River ganó ese
partido con gol de Almeyda, pasó a la final y la fiesta terminó siendo
completa.
No sé si el pase especial a zona vip fue parte del plan
pergeñado por el viejo pero, conociéndolo, podría haber sido perfectamente. Es
que el viejo no daba puntada sin hilo. Como fuera, la jornada terminó de la
mejor manera, como en casi todas las cosas en las que el viejo metía alguna
pincelada. Un detalle de color(es): mi viejo era de Boca.
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