A
vos, amigo o amiga que tenés algún hijo en edad escolar, quiero acercarte un decálogo
estratégico paso-a-paso, que puede servirte para que no se siga erosionando el
poco prestigio que te queda como padre o madre frente a tus hijos.
El
decálogo tiene la particularidad de no llegar a diez puntos. Mirá que le puse
huevo, eh, pero no llegué. Capaz que algún día lo completo. La otra
particularidad es que las recomendaciones no estarían del todo alineadas con
los presupuestos básicos de la psicología infantil. Eso lo tengo claro. Pero es
lo que hay, amigo: tómalo o escúpelo.
1.
La premisa básica es la siguiente: cuando un hijo te pida que le des una mano en
su tarea escolar, no vayas en bolas. Tomá todos los recaudos necesarios para
que esa experiencia fascinante no termine siendo un bochorno del que es muy
difícil volver. Lo que hoy aprenden los niños tiene muy poco de aquello que se
nos enseñó en nuestra época prehistórica. Y si además, como yo, siempre fuiste
un mitad de tabla para abajo en desempeño académico, las chances de fracasar se
multiplican. Y acá vale la
pena abrir un paréntesis (
2. Cuando te
sentás con tu hijo, tené siempre a mano un teléfono de línea inalámbrico de
esos que tienen un botón que cuando lo apretás suena como si alguien estuviera
llamando. Si no tenés uno, cómpralo, el gasto vale la pena. El teléfono es
más importante que un manual, una calculadora o un papel secante. Ya vas a ver.
3. Aseguráte de
que tu celular tenga conexión a internet en todo momento, sobre todo cuando te
sentás con el pibe. Preferentemente con conexión wifi de máxima velocidad,
porque una demora de pocos segundos puede ser determinante para llevarnos al
fracaso. El celular va en el bolsillo, listo para desenfundar.
4. Apenas recibas
una pregunta cuya respuesta desconoces, que vendría a ser en el noventa por
ciento de los casos, tenés que activar el
plan primario: muy disimuladamente, mientras asentís con la cabeza y hacés
que estás procesando mentalmente la pregunta mirando el infinito, apretás
sutilmente el botón del inalámbrico que ubicaste en algún lugar fuera de la
vista de tu hijo. La chicharra del teléfono va a romper con el microclima del momento
y vos lo vas a atender, mientras te paras de un salto y te alejás haciéndole
señas a tu hijo, como diciendo “bancame que este llamado es importante”. Una vez
fuera de ese ambiente, recurrís al celular y buscas la respuesta a la pregunta.
Luego volves con tu hijo y le tirás la respuesta. Tiene que ser rápido, así
evitás quedar como un boludo por olvidarte la respuesta cuando ya dijiste que
la sabías. Po las dudas, nunca está de más decir que la llamada se cortó y que
probablemente vuelvan a llamar (siempre puede aparecer otra pregunta
complicada).
5. El plan
primario tiene una vida útil limitada. A la tercera vez que querés usarlo puede
pasarte que ya tengas menos credibilidad que un funebrero cuando te da el
pésame. Tené en cuenta que la nueva generación viene bastante más avivada que
la nuestra. En otras palabras, que los hijos no son tan boludos como los
padres. Es momento entonces de pasar al plan
secundario, que no es sencillo porque precisa de una alianza estratégica
con tu mujer. Tienen que jugar en equipo y hacer una dupla algo más exitosa que
la de Fren y Maradona cuando dirigieron a Mandiyú de Corrientes. La mecánica
es sencilla: uno de los cónyuges se sienta con el pibe y el otro se ubica en
algún punto cercano que esté fuera del alcance visual pero lo suficientemente
próximo como para escuchar el diálogo. Apenas surja la pregunta desestabilizadora,
el cónyuge escondido busca en google a toda velocidad y da con la respuesta. No
hace falta que sea la mejor respuesta porque lo que prima es la velocidad. No olvides
que el objetivo no es que nos vean como un Einstein sino evitar quedar como un
boludo. Practicá mucho, hace falta tener la gimnasia de saber buscar. Con la
respuesta en el buche, el cónyuge se acerca a la zona de guerra y le pide al
otro que por ejemplo salga a darle de comer al gato. Si no tenés gato, bueno no
sé, algo se te va a ocurrir. Un poco de creatividad propia se le puede agregar
a la táctica. Con la vía libre, el otro cónyuge que ya sabe la respuesta se
sienta y retoma la conversación como quien no quiere la cosa y al toque la
tira. Es clave que los cónyuges se vayan rotando en la función, cosa que el pendejo
los perciba lo suficientemente capacitados como para pedirle ayuda a cualquiera
de los dos.
6. Si alguien
te refuta alguno de estos procedimientos, vos acordate siempre que te estás sentando
con el pibito para ayudarlo, no para que el pendejo te pise la pelota y te la
haga pasar entre las gambas. No pierdas esa poca autoridad paterna que todavía
te queda. Que no se erosione la dignidad.
7. A definir.
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