Fiambre en las vías es accidente personal



Cuando TBA dice accidente personal casi siempre significa que un flaco peleado con la vida se tiró abajo del tren.

Un flaco que está tan en las malas que no le da el mango para comprarse un frasco de pastillas y pegarse el raje en un acto más privado.

Un flaco que nadie conoce pero que quiere dejar huella y entonces decide joderle la vuelta a todos los que nos movemos en tren.

Llegar sobre la chicharra y encontrar un lugar vacío no es cosa de todos los días. Pero así como me senté se prendieron los altoparlantes y el botón de turno dijo que había accidente personal en San Isidro. Y que el tren no salía. Y que sorry las molestias.

Una hora sentado en un tren parado no es grave. Es igual al viaje que hago todos los días pero sin ruidos ni sacudones ni movimiento del paisaje.

No es tan grave. De última te ponés a boludear con el teléfono y podés compartir el garrón con todos los que están conectados o ponerte a garabatear un post, como ahora.

Cuando ya algunos músculos empezaban a ponerse tensos, el botón se puso de nuevo al micrófono y tuvo sus deliciosos treinta segundos de tener agarrados de las bolas a miles de pasajeros, y dijo siete veces seguidas que la formación sólo hacía la mitad del recorrido.

Festejé la noticia con puño apretado con el único objetivo de contrarrestar las puteadas de los pelotudos de siempre que salen a la calle convencidos de que hay un complot universal en su contra.

Frente al escenario de riesgo de quedarte a mitad de camino, tenés dos opciones: o te buscás de entrada otra forma de viajar o te encadenás al asiento y que sea lo que Dios quiera.

Me decidí por lo segundo y me salió como el culo.

En la primera estación se subieron las ochocientas cuarenta y siete personas que acumularon bronca durante hora y media chupando frío en el andén. Se mandaron al vagón con un nivel de desesperación como si algún ser extraño los estuviese corriendo para obligarlos a ver un partido de la selección del checho.

Como no podía ser de otra manera, en el malón había embarazadas, abuelos que no sabés si llegan vivos a la siguiente estación, pendejos que necesitan sentarse y alguno que otro arrastrando una gamba. Todos los que podían aplicar para ligar mi asiento estaban en ese vagón.

La más embarazada de todas se paró justo al lado mío. No tuve necesidad de pispear de costado para notar su presencia. Fue suficiente que una panza que parecía llevar a toda una salita de jardín me tapara de golpe toda la visión.

Le cedí amablemente el asiento mientras comentaba en voz alta que capaz estaría bueno tener a una partera cerca. No le hizo gracia.


Con la densidad humana que tenía ese metro cuadrado del vagón, no fue fácil el trámite de hacer que la señora Riganti llegara al asiento sin pasarme por encima. Tuve que hacer un movimiento de contorsión y cerrar con un saltito que me hizo perder dentro de una masa de albañiles alérgicos al jabón.

El tren iba lento. Cuando pasa algo, el tren siempre va despacio. Por las dudas, vio.

En Olivos se frenó para no volver a arrancar. Esta vez no hubo puño apretado. No daba. Todavía me quedaba patear unas quince cuadras y enganchar un bondi.

Frente a la boletería se parapetó un señor ejecutivo que llevaba sobretodo Perramus con cuello levantado, bufanda al tono, tragedia primera marca y unos pepés Guido que rajaban la tierra.

Al tipo le salió redondita la movida de dejar el bólido en casa y tomarse el tren para evitarse el estrés de manejar en el centro.

El señor arremetió a los golpes contra la persiana de una boletería que hacía rato estaba totalmente sellada. A grito pelado, el señor exigía que se le consiguiera un remis.

Desde atrás de la persiana todo lo que se escuchó fue una carcajada que se lanzó con poco disimulo.

- Y queres que te preparemos un fernét por si se demora el remis?

Más carcajadas, también de la gente que iba saliendo de la estación.

- Manga de fracasados, por algo están donde están.

Más carcajadas.

Con el numerito del señor que no daba para más, me sumé a la marea de gente que inundaban las calles laterales a la estación.

La masa caminaba mirando el suelo y echando putas como si estuviera abandonando el estadio donde su club de toda la vida acababa de descender.

En la avenida las paradas de bondi estaban imposibles. Tres o cuatro bondis nos dejaron de garpe y recién pude subirme a los veinte minutos de divertirme mirando las piruetas que hacían mis compañeros de parada para frenar alguno.

Pero me faltaban veinte guitas. Se me agujereaban los bolsillos de la cantidad de monedas que tenía, pero me faltaban veinte guitas. No hubo forma de arreglar con el fercho y me tuve que bajar a las quince cuadras.

Cincuenta y ocho mangos me salió el remis.