Perón, Perón... qué grande sos!




Hoy Perón me sacó de un quilombo. Gracias Juan Domingo.

El turno en la AFIP era a las once de la mañana. Tenía que hacer un trámite que es una boludez pero que tengo que ir a hacerlo, no tengo opción. La agencia es la que está sobre Yrigoyen, entre Pichincha y Pasco. Antes de salir, dudé como loco. Primero dudé si ir o no, porque es una patada en los huevos pisar el centro para alguien que ya está desacostumbrado. Y segundo, dudé si ir en la moto o meter subte.

Cuestión que fui. En la moto. El waze marcó tremenda amansadora en Lugones por un accidente y me mandó todo por adentro. Avenidas, calles angostas, mucho adoquín, mucho semáforo, humo de bondis y camiones, pasos a nivel, calles cortadas y mucha moto precoz que quiere llegar siempre antes y te pasa haciendo finos temerarios. Una hora tardé en llegar hasta la agencia, justo a tiempo para mi turno.

La puerta de la agencia estaba como muy cerrada y con panfletos pegados por todos lados. Me empezó a recorrer una cosita por la espalda. Un señor de barba canosa me cortó el paso cuando me preparaba para entrar.

- Estamos de asamblea, hoy no se atiende.

La cosita de la espalda se transformó rápidamente en un torrente de lava sanguínea que me subió de manera violenta hasta el cerebro, buscando por dónde hacer erupción. Ese pajero de mierda no sabía de mi peripecia para llegar hasta ahí. Ese señor que le sacaba brillo a su pedacito de poder no sabía que a los que laburamos en serio no nos da lo mismo perder una mañana.

- ¿Asamblea? ¿Justo hoy? Tengo un turno pedido, confirmado, recontraconfirmado y hasta me mandaron un mensaje hoy temprano para que no deje de venir, seguramente para que no les quede un hueco ocioso y pierdan en eficiencia.

- Lamento tu situación, pero nosotros estamos peleando por mejores sueldos.

El que habló fue el otro, su compañero, que se metió en la conversa como dando a entender que a él le tocaba pasar el mensaje gremial. Decí que la moto tenía poca nafta, lo justo para volver… porque estuve a nada de meter manguerita y rociar a estos dos hijos de un maracaná repleto de pelanduscas para tirarle un fósforo, al grito de “mueran, hijos de putaaaaa”.

Nada de eso pasó. Todo lo que pude sacarles fue una autorización para pasar al baño porque me estaba meando encima después de todo ese trajín motoquero por calles irregulares. Atravesé dos puertas de vidrio y me encontré al primer grupo, que en alegre ronda tomaba mate con pepitas de las que se te pegan al paladar. Subí una escalera y se me apareció otro grupo, todos sentados sobre mesas que habían puesto en el medio del pasillo y que tuve que saltar para llegar hasta el baño. Lamenté no tener un lápiz labial a mano porque les hubiera escrito el espejo del baño “la asamblea se la pueden meter bien en el orto”. Eso no pasó porque qué mierda voy a hacer yo con un lápiz labial a mano.

Después de hacer lo mío, hice el mismo camino a la inversa y les dediqué a todos la misma cara de orto que les había hecho a la ida. No saben lo mucho que les afectó mi contrariedad. Salí, me volví a subir a la moto y prendí el waze, que me mandaba dar una vuelta a la manzana y subir por Pichincha hasta Avenida Belgrano, de ahí hasta la 9 de julio y de ahí todo derecho hasta agarrar Illia, Cantilo, Panamericana. Por alguna razón consideré que el waze no estaba teniendo un buen día y no le hice caso esta vez. Preferí darle por Irigoyen hasta Callao, bajar por Callao hasta Libertador y de ahí todo Figueroa Alcorta hasta Cantilo.

Hice dos cuadras y me di cuenta que el waze estaba teniendo uno de los mejores días de su vida. El problema era yo. Yrigoyen estaba cortada por la Policía y tuve que dar mil vueltas hasta finalmente llegar a Callao. Me alegré de verla tan vacía y puse la motito casi a fondo, con el aire frío ventilándome las neuronas recalentadas. Fue una sola cuadra de libertad y velocidad porque en la siguiente me encontré con una manifestación de aborígenes urbanos. Miré para atrás y ya no había forma de evitar eso porque, por algún tipo de conspiración astral, de golpe tenía gente manifestándose adelante, a los costados y atrás. La única escapatoria posible estaba doblando por Rivadavia, pero es lo mismo que estaban intentando hacer todos los automovilistas que hoy circularon por Capital Federal. Como quien no quiere la cosa, apagué la moto y empecé a arrastrarla moviéndome entre los manifestantes, mirando para abajo y haciéndome bien el boludo.

En un momento, quien parecía ser el cacique de la tribu adivinó mi intención y se me vino al humo. Rápido de reflejos, levanté un brazo y empecé a gritar como un enajenado “Mauricio Macri LPQTP… Mauricio Macri LPQTP…” En menos de diez segundos había por lo menos doscientas personas cantando contra el pobre Macri. El que venía al lado mío llevaba un cartel gigante que decía “Universidad villera” y ahí nomás lo ayudé a llevarlo, haciendo equilibrio para que no se me fuera a la mierda la moto.

Fueron dos cuadras cantando en defensa de la Universidad Villera, que no sé qué mierda es. Fueron dos cuadras de convivencia convenida con esos hijos de tantos años de desinversión educativa hasta que finalmente, quién lo hubiera dicho, me liberé de todo aquello escabulléndome por Perón. Tremenda metáfora.