Es pasajera dijo Noé



No queda nadie más en la oficina. Se rajaron temprano porque le hicieron caso a Mauri, el gordito que tiene un postgrado en meteorología y que te bate la justa desde el noticiero del trece.

Estoy solo y pongo la tele al taco para tapar un poco el estrépito de las gotas XL que golpean tremendas contra los aleros de chapa que dan al pulmón de manzana. Es ensordecedor.

Hago un paneo rápido por los principales canales de noticias y me imagino la cara de felicidad de los productores de los informativos. Se están haciendo un festín con el drama de la gente que la está pariendo con esta lluvia que parece ser la última de nuestras vidas. Muestran a una mina desesperada que está meta pasar el escurridor para que no se le llene de agua la casa. Ni hablar de la flaca que llora frente a las cámaras porque le flota la pilcha por todo su negocio que ya tiene un metro de agua. O de la pobre vieja que está atrincherada en una esquina porque no tiene forma de cruzar la calle.

Las imágenes exageradamente dramáticas vienen enmarcadas con letra catástrofe y una música apocalíptica que busca poner los pelos de punta. Los noteros le meten una garra tremenda para no repetir más de dieciocho veces el mismo adjetivo calificativo cuando los hacen describir lo que está pasando. Esos sí que la reman, casi literalmente en este caso. Pero cuánto mejor la pasarían si tuvieran un diccionario de sinónimos a mano.

La dueña de una panadería, que no pudo salvar ni una bola de fraile, llora como loca, llora con una amargura que amarga de verdad, casi que no puede mantenerse en pie. Y el notero, de lo más perspicaz, va y la pregunta si se siente afectada por las lluvias. Cuando la respuesta es un llanto todavía peor, el pibe del micrófono no afloja y la consuela diciéndole que no hay que perder las esperanzas. Notero y psicólogo consejero, un genio.

Mientras me hacen eco esas palabras tan inteligentes, 'no hay que perder las esperanzas', veo lo que muestra la pantalla detrás de la panadera: un afiche gigante que anuncia a una de las hijas de Maradona como protagonista de una obra de teatro. Si la nena del Diego, que tiene menos gracia que una ameba con sobredosis de lexotanil, actúa en un teatro y, más aún, si hay gente que paga por verla actuar en un teatro, imposible entonces perder las esperanzas, cualquier cosa puede pasar.

Cambio y engancho TN. La cronista se está comiendo una cagada a pedos importante. Está entrevistando al secretario de espacios públicos y le pregunta por qué de la alcantarilla sale agua en lugar de llevársela. El tipo reacciona medio sacado y le grita que eso no es una alcantarilla, que la función no es desagotar. Que el agua que sale viene por abajo desde el arroyo Maldonado. Que él no tiene la culpa de que llueva tanto. Que debería informarse antes de preguntar. Y que se vaya a la reputísima madre que la re mil parió. Esto último ya fuera del aire.

C5N muestra a un notero que se puso su mejor jetra para cubrir el diluvio en Santa Fe y Humboldt. El agua le llega a los tobillos y el flaco parece divertido con el destino de exteriores que le tocó hoy. Le hace entrevista a un prefecto que da consejos de una genialidad que da para el asombro, absolutamente reveladores. Pide que nadie salga de su casa salvo que tenga que hacerlo, y en ese caso que sea con botas y paraguas. Tomo nota. Que se evite la circulación por autopistas y que no se usen los servicios de transporte público a menos que sea estrictamente necesario. Genial.

Vuelvo a TN. La mina sigue diciendo que sale agua de la alcantarilla en lugar de desagotar. A esta altura al funcionario no le deben dar los dedos para discar el número del canal mientras le sale espuma por la boca.

Vuelvo a C5N. El notero sigue divertido pero con una media sonrisa que ya deja ver un toque de nerviosismo. Le hacen plano entero y el agua ahora le va por las rodillas. El tipo trata de decir algo coherente mientras piensa su estrategia para pedirle a Hadad reposición de la pilcha o por lo menos reintegro de tintorería. Empresa difícil.

Vuelvo a TN. La mina ya no habla de la alcantarilla y ahora le dedica largos minutos a describir lo que muestra la pantalla: un auto con agua hasta la mitad de la puerta. La imagen no se mueve. La neurona de la notera tampoco.

Vuelvo a C5N. El notero, preso de un nerviosismo que roza la histeria, ahora está con el agua por la cintura, paradito en el mismo lugar. Se olvidó de su rol periodístico y ahora dirige la cosa. Le grita a una señora que no camine por esa parte de la vereda porque hay un pozo. Le advierte a una pendeja que tiene que cruzar por donde está la soga, que para eso la pusieron. Ni pelota la pendeja. Llega el gomón que puso la Prefectura y el flaco grita que primero las mujeres y los niños. Falta Di Caprio y My Heart will go on y estamos completos.

La lluvia ahora ya no está tan terrible, hora de volar. O de tomarse el buque, como para estar un poco más a tono con la coyuntura.

Me mando a la calle. Si se larga de nuevo ya sé qué hacer: me meto en el teatro a ver la obra de la hija del Diez y espero a que termine lo que sindudamente es un castigo de los dioses. La lluvia, obvio.
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Pepé se va y lo despedimos


Elegimos Tandil porque uno salió con que tiene un conocido que es dueño de unas cabañas y capaz que ligábamos descuento. Pero ese complejo estaba hasta la manija y terminamos cerrando con otras que nadie conocía. Una lotería.

A Pepé lo agasajamos porque se manda a mudar porque pegó laburo en una isla perdida del Caribe. No es instructor de scuba diving ni es discípulo de Steve Irwin, aquel famoso cazador de cocodrilos que la quedó atravesado por un pez raya. Tampoco va a hacer la gran David Hasselhoff, con sunga y salvavidas, rodeado de féminas que si estuvieran en Mar de Ajó tendrían a todos los pibes del pueblo ahogándose en el mar. No, Pepé la tiene atada en no sé qué cosa del mundo financiero y lo vinieron a buscar de un banco top de ese destino tan exótico. Así que ya saben: si necesitan guardar alguna moneda en un lugar seguro donde nadie pregunte demasiado, me avisan y les hago el toque.

La consigna de la escapada era una: golf. El alcohol, las picadas, la timba y el resto fueron un condimento, no mucho más que eso. No fue un golpe de azar que siete flacos hayan podido acomodar agendas para coincidir ese fin de semana. No, hubo un fino laburo de negociación conyugal porque nadie quería quedarse afuera. Pepé es grosso, Pepé convoca.

Pepé se fue con Antena, que salió equipado con un GPS que rajaba la tierra. Nos dijo que se iba por Ruta 2 hasta no sé dónde porque le parecía la mejor opción. Le respondimos que mucha suerte con los setecientos noventa y cuatro mil trescientos sesenta y ocho autos que salían para el mismo lado porque era viernes cambio de quincena.

Antena y Pepé llegaron casi dos horas antes que nosotros y se eligieron la mejor cabaña. Todavía nos dura la bronca.

A mí me tocó viajar con Sydney, que hizo gala de su destreza al volante para convertir el tránsito en una especie de tetris. Hueco que había, hueco por donde se mandaba a puro rebaje, volantazo y acelerada. Amigo como pocos de la birra, Sydney me pidió una sola cosa cuando entré a la estación de servicio a mitad de camino: un porroncito. Y el boludo que escribe, lento para la jodita, entró y preguntó nomás dónde estaba la heladera con cervezas. Miradas burlonas y risas hirientes fueron todo lo que recibí de respuesta. Faltó que me preguntaran si no quería también un fernet y un vodka con speed, como para salir un toque más entonado a la ruta.

Llegamos bien entrada la noche y no había forma de encontrar las cabañas. Ni un puto cartel que facilitara un poco las cosas. ¿Qué onda, no quieren clientes estos tipos? Después de que nos fueran a buscar a la ruta, Antena me batió que la Blackberry también tiene GPS, que por qué no lo habíamos usado. No me acuerdo bien qué le respondió Sydney pero era algo de recalcada y tenía que ver con su madre. Antena no insistió mucho.

En un tercer auto fueron Tortu y Platero, que también tenían GPS y llegaron mucho antes que nosotros. Polo viajó directo desde Pehuajó, sin GPS. También se perdió.

Las cabañas eran medio pelo pero le pusimos onda porque eran dos noches de solteros y había que estirarlas como chicle. Arrancamos con unas pizzas casi incomibles que de pedo no nos arruinaron el fin de semana. Las de Uggys eran alta cocina al lado de éstas. Nos instalamos en una especie de sum que era mucho más parecido a un comedor comunitario del movimiento Teresa Vive que a un sum.

A esas horas el único representante del complejo era un flaco que hacía las veces de sereno y de encargado de ordenar todo el quilombo que no habían querido arreglar los del turno de día. Iba de un lado a otro caminando a los saltitos, como jugando una rayuela permanente y cada vez que pasaba por el sum nos hacía sonrisita buena onda. Al final se nos instaló y se puso a doblar unas ciento cincuenta sábanas mientras nos dábamos terrible sobredosis de truco. El pibe tenía un toque de Pablito Ruiz en sus mejores épocas y otro poco de Sandro cuando hizo de Muchacho. Hubo más sonrisitas y la promesa de no cobrarnos el sum "porque la dueña no está". Si buscaba propina con esa banda de miserables, perdía el tiempo. Si quería otra cosa, bueno, no pongo las manos en el fuego por ninguno.

La jornada de golf amaneció con un sol al palo. En una feroz competencia entre GPS, mapa papel y simple intuición, terminamos haciendo unos doscientos kilómetros de más, en caravana, hasta que llegamos a los links.

Si alguno de nosotros no andaba con ganas de darle a la pelotita, de una cambió de opinión cuando vio los carritos para recorrer la cancha. Tre-men-dos. Sydney era el más entusiasmado, el tipo estaba en llamas, dispuesto a dar pelea en esa especie de biatlón que combinaba la elegancia y la concentración del golf con la adrenalina y la intrepidez del Dakar versión Tandil. Contra todos los pronósticos, el que la rompió fue el mismo Pepé, que no le hizo asco a ningún obstáculo y se la pasó subiendo y bajando lomas, mandando coleada en cada curva cerrada, haciéndole fino a los carteles que había a la salida de cada hoyo y clavando frenos antes de cada golpe. Un espectáculo.

Los coreanos miraban incrédulos. Sí, coreanos. La cancha no estaba muy cargada pero eran todos coreanos, por todas partes. Qué al pedo clonar un coreano! Después no tenés forma de demostrarlo, ya son todos iguales.

El nivel general de juego era de medio para abajo. Nosotros ya estábamos para la joda total y por eso nos pasamos acomodando la bocha antes de cada tiro. En eso estaba yo cuando uno de los coreanos que pasaban por al lado nuestro me miró feo y me gritó algo que obviamente no entendí. Ni una consonante el hijo de puta. Capaz que el pibe creyó que estaba haciendo trampa. Pensé en pasarlo por arriba con el carrito porque, si iba a ser tapa del diario local, prefería un titular onda "Joven imprudente atropella a turista oriental" a uno que diga "Joven asesinado en crimen de tinte mafioso". Sydney me convenció de que el grito no había sido para mí, que ellos se hablan siempre así. Unos boludos los coreanos.

La jornada terminó con picada en la terraza del golf, más truco a morir en el sum, casino y un poco más del Sandrito Ruiz que esperaba, creo que sin éxito, que alguien le devolviera una pared.

No pudimos convencerlo, Pepé se nos va igual. Pero sabemos que volverá... y será (con) millones.
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Hacer la fila tiene su onda



El aspecto del tipo que tengo justo adelante rompe un toque la monotonía de este programón que me inventé para un día tan soleado y pegajoso. El tipo no puede ser más parecido a Gómez Bolaños. Estás iguaaal.

Los que le pasan por al lado exprimen sus neuronas al tope y le hacen comentarios de lo más originales, del estilo 'no contaban con tu astucia' o 'es que no te tienen paciencia'. Y el tipo les devuelve una sonrisa buena onda como si fuese la primera vez que escucha algo así.

La cola arranca casi en una esquina, pega la vuelta en la otra y llega hasta el final de la cuadra, donde estoy yo. Mi razonamiento brillante antes de venirme fue que en enero están todos de vacaciones y entonces no habría casi nadie buscando su pasaporte.

Mi otro yo sale de la nada y me dice que obvio, que a quién se le ocurre que alguien puede necesitar su pasaporte en época de vacaciones, para qué, un disparate.

La lengua venenosa de mi otro yo me hace sentir más boludo todavía. La fila avanza a ritmo babosa y dudo si quedarme o picarme el champión. Pero ya estoy acá, y no sé cuándo voy a tener tiempo de volver.

Hace poco descubrí que se puede chatear desde la blackberry sin pagar una moneda extra. En realidad lo de que es gratis me lo dijo alguien poco confiable así que si alguno tiene la posta que me avise. Tanto me enganché que hasta a veces me encuentro escribiendo mientras camino y voy tropezando con postes, tachos de basura y con otra gente bastante boluda que no tiene mejor idea que escribir mientras camina.

Reviso qué contactos están en verde y elijo uno con el que siempre salen charlas que no tienen desperdicio. Me pongo a escribir y voy mechando chat con blog. Escribo sin pausa y cada tanto pispeo cómo viene la cosa. El pibe de atrás se me pone a la par y hace un comentario medio en voz alta, algo onda 'así estamos con esta burocracia'. Mi otro yo me habla al oído y me bate que el tipo lo que quiere es sacar un tema para charlar, por si no me había dado cuenta. No le doy pelota a ninguno de los dos.

Sigo escribiendo frenéticamente y el hombre de seguridad me mira con sorpresa. Intuyo que recibe como una patada en las encías que haya alguien que lo supere escribiendo mensajes de texto, justo a él, que como buen gorra la tiene atada tipeando a dos dedos.

Avanza un poco la fila pero yo me quedo clavado, como haciéndome el distraído mientras escribo, y se hace un hueco adelante. Los que tengo atrás se ponen nerviosos porque quieren avanzar lo que sea, necesitan sensación de avance, es psicológico. Hacen todo tipo de gestos, casi monerías te diría. Copáte y avanzá, loco. Mi otro yo me pregunta si chatear y escribir no son entretenimiento suficiente que además tengo que romperle los huevos a los de atrás. Entonces avanzo un poco pero al rato vuelvo a clavarme y repito la operación.

Pasan unas dos horas y llego a la esquina. Falta poco más de media cuadra todavía pero ya poder ver dónde arranca la fila me da la sensación de una proximidad que en realidad ni en pedo hay.

Sigo escribiendo pero ahora la diversión también pasa por ver las caras de orto de los que van llegando y ven hasta dónde llega la fila. 'Sí, pa, derecha, al fondo y a esperar un rato. Capaz que en unas tres horitas liquidás el asunto'.

A esta altura el chavo ya tiene ganas de ponerse a llorar. Chiva como loco y casi no puede mantenerse en pie de lo que le duelen las gambas. Entonces se sienta contra un árbol y hace toda una pantomima de que está a punto de desmayarse. Los del fondo piden que alguien llame al doctor Chapatín.

El personaje de Chespirito generó tanta simpatía que terminan compadeciéndose de él y lo mandan directo a retirar su cédula. 'Ojalá me pareciera un poco más al Enzo', pienso. 'Ojalá tuvieran algo más en común que ser dos retirados del fútbol', me acribilla mi otro yo.

Pasa otra hora más y llegamos a la puerta de un hall oscuro y caluroso donde hay unas veinte personas esperando ser atendidas. Una señora de unos cuarentipico está al borde de un ataque de nervios y estalla cuando ve que otra mina se le cuela con la vieja trapisonda de acercarse supuestamente por una consulta pero intenta retirar su pasaporte. La mujer se abalanza sobre la que se pasa de viva y le bate que más le vale hacer la cola como todos si no quiere que la emboque. Carcajadas. El tipo del mostrador vuelve con el pasaporte pero la casi sincopada le agarra la mano y le grita que ni se le ocurra dárselo. Que suélteme la mano o llamo a seguridad, que llamá a seguridad y me los cargo a los dos.

Pienso en la suerte del marido de esta sacada y llamo a mi jermu para decirle cosas lindas, por las dudas esté incubando un ataque psicótico del estilo.

Aparecen los dos de seguridad y la corren a un costado. Le ofrecen una silla y un vaso de agua pero ella grita que quiere su pasaporte. Para evitar un desconche total deciden atenderla enseguida. Desde mi lugar en la fila puedo ver al tipo del mostrador que va y viene con indisimulable nerviosismo. Más les vale tener listo su pasaporte porque acá arde Troya. No lo tienen. La mina arma un escándalo de dimensiones superlativas y se va maldiciendo a todo el mundo.

Me dan el pasaporte y me voy filtrado, chivado y cagado de hambre. Pero con buena letra para un post que alguna vez escribiré.

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