Que empiece a rodar la caprichosa


Esta vez no hay un solo aviso que rompa con la calma chicha que todos tenemos en la antesala del espectáculo deportivo que le pasa el trapo a cualquier otro.

No hay uno solo como aquel de hace ocho años, el de tanta gloria tanto fútbol. Ni en pedo. Lo pasaban cien veces y las cien veces la piel de pollo asomaba desvergonzada y el efecto eran unas ganas locas de pegar un grito amplificado al cielo para que el aliento le llegara a los jugadores. Después nos volvimos en primera ronda, pero ésa es otra historia.

No señor. Quilmes relajó y esta vez parece haberle encargado el comercial a un creativo junior que se pasó de rosca con el faso e hizo lo mejor que pudo. El arranque emotivo quedó en amague y el escalofrío te lo debo.

El de Claro es como que tiene algo más, pero tampoco. Y encima cuando le hicieron una versión más corta para ahorrarse un par de segundos de publicidad, le sacaron lo mejor que tenía: el muñequito de metegol que se suelta de la varilla y festeja arrodillado.

Los de YPF le sacudieron las telarañas a Clemente pero se quedaron a mitad de camino, porque los temitas que canta la barra tienen menos onda que las medias a rombos. Y encima se olvidaron de la mulatona, que estará vieja pero sigue siendo la mulatona. ¿O acaso alguien discute a la alfano por más que tenga más operaciones que la bolsa de Nueva York?

La previa te mata.

No hay un carajo para ver. Desde que terminó el torneo local y las ligas de otros países, te tenés que conformar con ver discutir a dos diplomados en la escuela de Mauro Viale sobre si el narigón gatorei le prometió entradas a los barras o no.

Cambiás y te encontrás con programas especiales del mundial, con los enviados que no tienen nada para decir de la selección porque el diego decidió entrenar a puertas cerradas y entonces le hacen una nota de veinte minutos a un argentino que se gana unos mangos limpiando vidrios en los semáforos de Johannesburgo.

La previa te mata.

Hace un mes que mis hijos están on fire con el álbum oficial del mundial. Es el oficial posta, el mismo que se vende en todo el mundo. Mi sobrino yanqui también lo tiene. No se tomaron el laburo de hacer uno para cada país y entonces te encontrás con que está en siete idiomas, último el español. Por eso el Malevo me dice que si Argentina pierde, él va a alentar por Hellas.

El paquete de figuritas pasó a ser, lejos, la mejor herramienta de extorsión. Si ordenás tenés fichus, si te bañás tenés fichus, si comés todo tenés fichus. Y los dos pendejos están hechos un relojito, una cosa de locos.

Ayer el Malevo andaba de capa caída porque en seis paquetes le vino repetida seis veces la del ocho de Japón. Si fuera de Messi, el pibe chocho, las pega por todos lados. Pero el ocho de Japón... dejate de joder. Al final le dije que las pegara una al lado de la otra, sobre los espacios vacíos de otros ponjas, total son todos iguales. Me contestó que así no tiene gracia y medio que se ofendió.

La previa te mata.

Hace un par de días me reencontré con mister músculo y anduvimos a los abrazos porque fueron años sin vernos, tantos que ya ni me acuerdo. Fue para sacarle brillo a la pantalla de veintinueve que se sale de la vaina por traernos fintas, firuletes, murras y goles.

La previa te mata.

Y todo lo que pasa en la previa, incluido este post, no le interesa a nadie.

Por favor que empiece a rodar la caprichosa.

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La anestesia total me deja stand by


Tengo que llegar con doce horas sin haber probado bocado. Ni café, ni pan, ni agua. Nada de nada. Los pibes le entran sin asco al desayuno que hoy está especialmente pulenta por eso, porque no puedo ni probarlo. Debería romper el ayuno solamente porque Little Jey decidió que hoy sí convida de los cereales de chocolate que se apropió desde que descubrió que están liquísimos. Nada de nada.

Despachamos a la tropa y nos preparamos para rumbear hacia el sanatorio. Antes de abrir la puerta que da a la calle, cogoteo desde la ventana porque no me quiero cruzar con ningún vecino. La última vez me topé con la señora mayor que saca a pasear al perro más feo de zona norte y me tuvo quince minutos parado en una gamba y apoyando sobacos en las muletas. Que qué es el platillo tibial. Que dónde está. Que si duele. Que cómo me lo quebré. Que cuánto tiempo tengo de muletas. Qué cómo me trata la banda de críos. Que cómo anda el Malevo que es tan simpático. Que si me enteré de que el verdulero se ganó el telekino pero no lo pudo cobrar porque no tiene los papeles en orden. Todo eso tuve que responder, más de una vez cada pregunta, mitad porque es sorda, mitad porque se olvidaba.

Camino despejado, no hay nadie. Tishei, que se la banca diez puntos, dejó todo preparado para poder acompañar al inválido. Hacemos check list y tenemos todo, así que nos picamos el champión con destino opereta.

Los cráneos que diseñaron el sanatorio nuevo se olvidaron de que los mortales suelen moverse en auto. O capaz que decidieron cagarse en los clientes barra pacientes. La cosa es que llegás y lo más probable es que no encuentres dónde mierda dejar el auto. Tishei viene acumulando bronca desde la última vez que fue, con la flaca hecha una estufa a kerosén de la fiebre que tenía, y tuvo que dejar el bólido a cuatro cuadras, día de lluvia y rato largo para cruzar la avenida. Graciadió había un hueco en la puerta.

El hall del sanatorio es gigante. Apenas cruzo la puerta me como la primera mano: el olor a cafecito recién hecho que viene del barcito me deja tambaleante. Mientras yo avanzo muleteando de lo lindo, Tishei arrastra el bibliorato donde metimos todos los estudios, certificados y demás yerbas que tenés que mostrar antes de que te pongan una mano encima. Hasta la vtv te piden.

El día recién arranca y por eso la señorita recepcionista todavía está sonriente. Nos atiende un lujo y nos hace sentar en unos silloncitos noventa grados más incómodos que mocasines sin medias. Que esperemos un rato que me van a llamar por mi nombre.

El que tengo enfrente tiene una cara de orto que no se puede creer. Santo Biasatti un bufón al lado de este pibe. De una que también tiene que pasar por el quirófano porque todos a esta hora, en este sector, están para cirugía. Sus viejos lo acompañan y le dicen cosas buena onda para animarlo, pero el pendejo responde tan zarpado que si yo fuera el viejo firmo los pelpas para que lo operen sin anestesia, para que aprenda.

Me llaman una vez y antes de que agarre la segunda muleta ya me están llamando de nuevo. Relajá mami, el pique corto lo tengo prohibido. Al final se va Tishei a hacer el papelerío y vuelve con una sonrisa que no le entra en la jeta. Que ya vienen con la silla de ruedas a buscarme. Las pelotas. Es la única manera. Ni muerto. Reglas del hospital, no hay con qué darle. Ni en pedo.

No pasan ni diez minutos y ahí estoy, recorriendo todo el hall del sanatorio en esta silla de ruedas que encima anda floja de engrase y no deja de rechinar, como para llamar la atención de todos los espectadores. Ningún llevarme por zonas internas, ni ahí. No me queda otra que clavar pera en esternón y no levantar la vista mientras desfilamos por cafetería, sala de espera general, zona de guardia, otra sala de espera, hasta llegar a la puerta que da a los pasillos internos.

Tishei se caga de risa y me dice que peor fue la vez que me operaron el dedo. Aquella vez el paseo fue parecido pero en camilla, ca-mi-lla, y hasta me dieron un cuarto. Después de todo el circo salí del hospital con una curita.

El camillero me la juego que es un estudiante de los últimos años de medicina y se la pasa yendo y viniendo con los pacientes por todo el hospital. Las enfermeras que se cruza le sonríen buena onda y él responde con un guiño que deja ver que acá hay más de una historia picante del estilo Grey’s Anathomy. Mientras avanzamos por los pasillos pispeo que hay unas cuantas salitas oscuras a los dos lados y me convenzo de que el camillero no la pasa nada mal. Mamita, si esas paredes hablaran.

El flaco me deposita en una habitación y me deja sobre la cama el taparrabo siglo veintiuno que viene con gorrito y coso para los pies. Tiene más onda la pilcha que te dan para presenciar los partos porque viene con lompas y no hay riesgo de chiflete. Termino de cambiarme y le doy a Tishei otro motivo para cagarse de risa. Me apunta con la camarita del celular y me bate la frase que Billy The Kid les decía a los flacos antes de vaciarles el tambor de su pistola mango de marfil: I’ll make you famous. Sólo consigo que vuelva a enfundar cuando la amenazo con cortarle la tarjeta de crédito.

Entra una enfermera a medir la presión y todo eso y me pregunta si me rasuré las partes. ¿Qué partes? La rodilla, ¿no te operás la rodilla vos? Ah, sí, más vale. De golpe sobrevuelan los fantasmas de cuando me operaron de apendicitis y siento alivio cuando me toco la rodilla lisa. La rodilla no puede picar tanto.

Ahora toca camilla y a desfilar de nuevo, pero esta vez por pasillos internos. Llegamos al quirófano y me recibe el traumatólogo que se zarpa de simpático. Lo acompaña otro especialista que intenta ser gracioso y me dice que van a apurarse así no llego tarde al partido de fútbol que tengo en un rato. Me río de Janeiro.

Ahí nomás me chantan el pinchazo en el brazo y al toque empiezo a experimentar una sensación que es lo más parecido a aquella vez que hace unos años me junté con unos amigos…

La anestesia total me deja stand by.