Salir sin desayuno me da acidez


El pelado habla por celular a los gritos. Gesticula como loco mechando sonrisa de costado con levante repentino de una sola ceja.

El pelado es pelado de los que se pasan cif y franela diaria.

El pasaje, que no tiene un huevo que hacer en este viaje de cincuenta minutos, de golpe se encuentra con algo que le sacude un poco la modorra. A los tipos los distrae que el pelado se zarpe con un par de decibeles de más porque se sale un toque del molde.

Divertirse por esto es casi tan patético como el que disfruta cuando ve que un gordo, apurando el paso, arrastra la buzarda durante cincuenta metros para agarrar el tren y el chancho hijo de una gran puta le cierra las puertas en la jeta. Y al pobre gordo no le queda aire ni para putear. Y a la gente eso le divierte.

El pelado grita y la gilada empieza a murmurar y a señalarlo con la cabeza. Ninguno se conoce con el de al lado pero el numerito en vivo del dolape los hace compinches por un rato.

En la gilada hay uno que me mira con gesto de gracia, esperando que yo le haga la segunda con alguna media sonrisita o similar.

Justo a mí, que de pedo socializo con la gente que conozco. Imagináte qué chance puede tener este pibe con quien no tengo más en común que ser parte del proletariado que viaja en tren.

Y sumále que hoy tengo acidez.

Y sumále que el tipo trae puesta una remera que dice giocatore. Si ya era de perdedor usarla cuando estaba de moda, calzársela ahora directamente es colgarse el cartel de pelotudo.

Sin despeinarme, en lugar de devolverle el gestito elijo pelar mi mejor cara de orto y lo hago rebotar como si se diera de lleno contra un scania doble acoplado.

El pelado sigue con su show. Me la juego que soy el único que lo reconoció. Es un ex juez federal al que le armaron una causa y lo cagaron como desde arriba de un poste. Falló un par de veces contra el gobierno y se lo cepillaron de dorapa.

El tipo es inocente. Tiene que ser inocente. Si no no se entiende qué carajo hace arriba de un tren después de haberse levantado los cuatro palos que dicen que se llevó en aquel famoso festival de coimas.

El pelado corta pero sigue gesticulando. Es como si se le hubiera cortado de golpe la conexión y le hubieran quedado en la bandeja de salida algunos gestos que se despacharon unos segundos más tarde.

Sigue gesticulando. Este muchacho no está bien.

Guarda el celular pero lo desenfunda al toque y se clava otra conversación para la gilada. Al pobre le agarró un ataque de melancolía y busca recrear aquellas noches en que se hacía dueño del programa de Grondona y metía seiscientas palabras por minuto para tratar de explicar el código civil en un solo bloque. Esta vez la audiencia es más modesta. Y pelotuda.

Que corte y se baje, por el amor de Dios. Y que lo sigan todos estos pelotudos que se siguen riendo.

Todavía falta un trecho para llegar y no hay un solo asiento libre, pero la cosa no da para más. Me levanto tocando bocina y les hago mirada magnum antes de cambiarme de vagón. Al pelado y a toda la gilada.

Manga de pelotudos.
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China ataca Kamchatka

La señora abuela estaba desconsolada y a punto de echar espuma por la boca.

Le dijo al oriental que lo iba a agarrar de las solapas y que lo iba a samarrear para todos lados.

La señora abuela no podía concebir su almuerzo de sábado sin su tinto de siempre. De los chinos podía esperar una leche vencida, una mozzarella con hongos del tamaño de una cebolla o que le cobren la cucharita de plástico para el yogur. Pero jamás que la dejen sin su vinito.

Me están cortando las piernas, parecía decir con una mirada entre triste y enfurecida.

Es que el súper chino se cuadró enseguida cuando los muchachos de la muni cayeron en sus autos importantes con vidrios oscuros y dejaron una ordenanza que prohibía la venta de alcohol ese día.

Nada de material etílico porque había show musical en el playón de la estación de Tigre. Esta vez le tocaba a Fito Páez sumarse a la campaña "hagamos fulbito para la tribuna", encarada por el intendente que tiene como deporte nacional sacar a relucir el comedor que se hizo a nuevo con la guita de los jubilados y subirse las medias para las fotos de prensa.

La última vez había estado Nonpalidece y parece que los seguidores de los Marleys argentos se habían llevado hasta el alcohol de quemar y armaron un desparramo de novela.

El amarillo dueño del súper miraba el número que había montado la abuela y no podía reprimir esa sonrisita oriental que la hacen de los nervios pero que suena a burla.

La abuela se sacó del todo y le gritó que iba a terminar como los chinos que aparecen en los noticieros después de un ataque mafioso. Que no se iba a ir del local hasta que la dejaran comprar su vino.

El chino no se fue al mazo y también levantó la voz. Todo lo que se le entendió fue algo como "vino no, vino no, multa pol vendel, mas de veinte mil pesos".

La abuela no escuchaba, literalmente. Y en una reflexión filosófica sólo para entendidos, vociferaba que el almuerzo del sábado sin vino ya no podía ser su almuerzo del sábado.

La cosa se ponía cada vez más interesante porque ninguno cedía ni diez centímetros, pero pensé en la flaca, que me había acompañado y miraba con los ojos mas abiertos que de costumbre, lo que no es poco.

Pagamos y nos fuimos.

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Me dejaron a gamba


Quince días, a lo sumo un mes.

Arrancaba octubre y la vecina se tenía fe para que el permiso saliera rápido. Tishei y yo también. Y la tropa ni te cuento.

No había forma de evitar el trámite porque la pobre mujer era viuda y estaba en el medio del baile de la sucesión y todo ese rollo. Y para vender el auto necesitaba el permiso del juez de menores porque tenía pibitos menores de edad.

Pasaron los primeros quince días. Nada.

Fines de octubre y llegó la hora de rajarme para España por laburo. El panorama para Tishei era un espectáculo. A gamba y con la tropa sumida en la efervescencia que le causaban mi ausencia zarpada y los avatares del cambio de movilidad, que por el momento era inmovilidad.

Volví al mes. Ni la sombra del permiso. Al toque aparecieron los primeros síntomas de la urticaria porque los-quince-días-a-lo-sumo-un-mes ya habían sido dos meses con días que parecían durar entre treinta y treinta y cinco horas.

Los fondos se reían a carcajadas desde algún rincón de su escondite. Me provocaban sin miramientos y más de una vez pensé en hacerlos volar por el aire transformándolos en unas vacaciones primera división. La mesura ganó la pulseada solamente cuando el buena onda de Jota nos sumó a la lista de elite que disfrutaría de la mansión alquilada en la aldea andina.

Todavía había chances de cerrar algo a tiempo como para no dejar pasar esta oportunidad, pero sabíamos que la feria judicial estaba a tiro de piedra y no había lugar para ningún paso en falso. Si el permiso no salía, había que esperar a febrero.

La noticia fue como untarse aloe vera sobre una picadura de abejorro. La vecina dueña del auto mostró su sonrisa por primera vez en todo el proceso y convocó a conferencia de prensa para informar que el permiso había sido concedido. Y que al día siguiente teníamos cita en el registro automotor para abrochar la transferencia. Vamos vamos los pibes.

A primerísima primera hora rumbeamos en masa para el registro. La vecina cargaba con un bibliorato que rebalsaba de fotocopias, documentos judiciales, certificados y otras yerbas. La acompañaban sus dos hijos mayores que tenían que chantar su firma para dar conformidad a la venta. De nuestro lado fuimos Tishei y yo que nos salíamos de la vaina para darle un corte al asunto.

Esperamos nuestro turno con la tranquilidad de que ya estábamos a metros de la bandera a cuadros. Sólo un despiste podía dejarnos fuera de la carrera.

Interesantes duplas las que se arman en el registro entre vendedor y comprador. Los dos felices. El vendedor porque finalmente logra sacarse de encima ese muerto que ya se convirtió en una máquina tragamonedas. Y el comprador porque cree que ese muerto es en realidad un igual-a-cero que no le va a traer ningún problema.

El despiste llegó con forma de empleada pública. La señora, después de revisar las toneladas de papeleta, se bajó un toque las gafas de lectura para no perderse ni un detalle de la metamorfosis que sufrirían nuestras caras. Que lo lamentaba pero que a uno de los oficios le faltaba el número de DNI de los herederos y que no había forma de seguir con el trámite.

La vecina me decía por lo bajo que unos meses antes ella había vendido su otro auto con la misma documentación. Me lo decía a mí porque no quería hacerle frente a la señora que parece disfrutar dando malas noticias.

No me quedó otra que acercarme al mostrador con cara de malo. Le indiqué amablemente a la señora que ya se había hecho una operación con esa misma documentación y que tenía forma de comprobarlo si revisaba los archivos.

Pensé que me boxeaba. La mina perdió la poca compostura de la que gozaba y me tuvo larguísimos segundos contra las cuerdas. Me repetía en todos los dialectos que ella era la directora del registro, que sabía perfectamente cómo hacer su trabajo y que no necesitaba revisar nada.

Perdido por perdido, le canté la falta. Que por lo visto había cosas que escapaban a su estricto control y que a lo mejor le convendría rever los procedimientos.

Abandonamos el registro antes de que la señora llamara a seguridad. Con las manos vacías pero con esa satisfacción berreta que produce sostener una discusión caliente sabiendo que no lleva a ningún lado.

Entre los últimos gritos de la señora creímos escuchar que ya no había manera de concretar la operación antes de la feria. Parece que el oficio tenía que volver al juzgado, debían rehacerse los testimonios, o algo así, y luego volver al registro, donde la señora seguramente nos recibiría con los brazos abiertos.

Como todo eso no entraba en los pocos días que quedaban, salimos en busca de otra alternativa. Pero ésa es otra historia, todavía más bizarra, que en cualquier momento cuelgo del blog. Paciencia.