Cien por ciento sangre irlandesa


Tanto refresco de lindos recuerdos que van apareciendo me hizo acordar de una anécdota que viví con Johnny una de las tantas veces que los O´Reilly me llevaron al CASI. Me llevaban casi todos los sábados y nos clavábamos pre-intermedia, intermedia y primera con Jorge, Tomas, Michael, Johnny y algún primo más que anduviera colgado. En el falcon cataforesis siempre había lugar.

Mi vieja, chocha de poder prescindir de mi intensa presencia al menos por un rato, me entregaba con moño porque Jorge Jose O Reilly me pasaba a buscar al mediodía y no me devolvía hasta la noche.

Ese sábado llegamos temprano pero cayeron soretes de punta y suspendieron pre-intermedia e intermedia para cuidar el pasto de la cancha. Con dos o tres horas ociosas por delante, Johnny me llevó a dar una vuelta por el barrio. También estaba el Colo Walker.

La actividad básicamente fue buscar autos en buen estado, preferentemente de alta gama, y llevarnos de suvenir alguna pieza ornamentaria. La estrella del Mercedes Benz era la más preciada pero la malaria de ese día hizo que termináramos conformándonos con chapitas de Regatta o de Súper Spazio.

Johnny y el Colo tenían una habilidad tremenda para arrancar la insignia y con dos movimientos ya la tenían metida en el bolsillo. Yo en cambio era un poco más novato y el trámite era un toque más largo.

Cuando a Johnny y al Colo ya no le daban las manos para cargar chapitas, me señalaron un Renault 11 inmaculado estacionado sobre una de las calles laterales del club, creo que era Labardén. La insignia, que traía un lustrado a franela violento, estaba más fija de lo que yo creía. El resultado fue una maniobra tosca y ruidosa que terminó con el dueño del auto, un orco de dos metros y medio, parado en la vereda a escasos pasos de donde yo estaba y con una mirada asesina que casi me hace mear encima.

Lo siguiente que escuché fue la voz de Johnny, hablándole al orco con una seguridad aplastante:

- ¿Sabés cuál es tu problema? Que si te la agarrás con él, el que te va a pegar soy yo, no él.

Así me tenía conceptuado Johnny. No confiaba mucho en mis dotes pugilísticas. Y así fue nomás: apenas el orco dio un paso hacia mi atormentada humanidad, primero Johnny y después el Colo se le fueron al humo y le dieron para: tener, guardar, atesorar, coleccionar, almacenar, repartir, redistribuir, vender, permutar y regalar.

Cuando el orco, al borde de un colapso nervioso, se guardó en su casa que no le daban las gambas, Johnny me encaró y se me puso cara a cara. No fue una amenaza, no hizo falta. Pero el mensaje fue clarito:

- De esto, ni una palabra a nadie.

Y cumplí la promesa a rajatabla. Hasta hoy.

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