Mameluco la va de periodista (II)


La que agarró la batuta fue una señora de unos cuarentilargos que mostraba una seguridad como que demasiado apabullante para el gusto de Mameluco, que se movía en puntas de pie.

La mujer se presentó como la responsable de llevar la voz de los indios a la comunidad. Dijo sentirse uno de ellos y capaz que hasta lo parecía si no fuera por dos faros turquesas que rajaban la tierra y un apellido que la ponía mucho más cerca de los Balcanes que del Río Reconquista.

El sol ya no pegaba de frente y pintó fogón, como todas las tardes de los últimos ciento cuarenta y ocho días. Le hicieron un hueco a Mameluco y les chiflaron a los que habían estado tomando sol, que se calzaron unos atuendos de cotillón que remataban con terribles llantas tres tiras de La Salada, especial para la ocasión. El mate con hierbas daba vueltas y los daba vuelta.

Mientras la mujer no paraba de hablar sobre la irresponsabilidad de los empresarios y la falta de reacción de las autoridades que deberían tomar cartas en el asunto, Mameluco la escuchaba con atención y asentía con la cabeza onda cuánta injusticia. Cada tanto pispeaba la cara de esos personajes que se parecían más a un elenco de dobles que andan al salto por un bizcocho que a un grupo minoritario que busca reivindicar los derechos de sus ancestros.

Pegado a Mameluco, un flaco que se debatía entre el mate y una damajuana sin etiqueta no le sacaba la vista de encima.

Cuando se le acabó el speech, la señora croatoba lo invitó a Mameluco a embarcarse en una lancha que los llevaría a ver in situ los restos de un cementerio indígena que estaba siendo arrasado por un empresario de la zona. Los indios quieren que el empresario done las tierras para levantar allí un museo de restos arqueológicos y el tipo, que ya tiene los huevos al plato de tanta toldería, contragolpeó con un proyecto para hacerle un monumento a Julio Argentino Roca y su campaña del desierto. En eso están.

La chata, las típicas del delta, en uno de los costados llevaba la inscripción Ahora Somos Nueve. Mameluco sólo entendió el significado cuando el pibe le explicó -con índice y pulgar levantados girando de un lado a otro- que no habían podido usar el nombre querandíes por cuestiones de propiedad intelectual.

Antes de que Mameluco se subiera a la chata, se le acercó el mestizo de la damajuana con una idem vacía y se le puso a cinco centímetros de la cara. En una oleada etílica que casi lo voltea, le susurró al oído que si le conseguía otra de ésas iba a escuchar la historia secreta del acampe y de todos sus personajes.

A Mameluco le brillaban los ojos. Se subió a la lancha con la croatoba y con el dueño, que cada dos minutos le tiraba indirectas para que de onda lo mencionara en la nota porque de verdad que cualquier aparición, por mínima que fuera, le vendría al pelo para darle un empujoncito a su incipiente negocio de turismo arqueológico.

Los navegantes avanzaron un par de kilómetros por el canal. La mujer, con lagrimas en lo ojos, repetía lo mucho que le dolía en el alma que los vecinos ya no pudieran disfrutar de esos espacios verdes porque los empresarios, además de no respetar la memoria cultural, se habían adueñado de esas tierras a partir de oscuras negociaciones con el poder de turno. Mientras, el timonel hacía lo imposible para esquivar los pañales y botellas de plástico que pintaban la superficie del canal. Mameluco solo estaba pensando en volver, pen-san-doen-volveee-que-gánas-de-volvéer... para poder sacarle data al mestizo antes de que el escabio acabara con él.

Llegaron a una especie de islote con pajonales inmensos y les costó un huevo encontrar un lugar para bajarse. Cuando finalmente lo hicieron, el dueño de la chata se sacó la gorra y se dobló en noventa grados para decir unas plegarias en un dialecto que Mameluco no entendía. Le sonaba jeringoso pero no estaba seguro. La croatoba también se puso en onda contemplativa y le explicó que aquello era un acto de reparación por las agresiones que sufrían los restos mortales de quienes habían habitado la zona.

Después de la ceremonia, la anfitriona encabezó la recorrida por el islote buscando restos de huesos removidos y dispersados. Cuando ya se dieron cuenta de que no iban a encontrar ni un huesito dulce, el dueño de la chata dijo que sorry, que se había equivocado de islote. Ya se había hecho de noche y entonces le batió a Mameluco que si necesitaba fotos de huesos podía entrar a wwww.ahorasomosnueve.com.ar y bajarlas de ahí, que le daba una foto gratis por cada cliente que le consiguiera para hacer el paseo arqueológico.

Ya de regreso al campamento, Mameluco fue a la carpa proveeduría y compró una damajuana para el mestizo. Lo encontró un poco alejado del resto y lo encaró libretita en mano.

El mestizo no esperó ni un segundo y arrancó diciéndole a Mameluco que tenía que desconfiar un poco de los fines nobles que persigue la A.A.D.L.H.Q.S.P.A.H.D.P.P.Q.S.D.Q.S.Q.S. D.A.I.Q.M.M.C.Y.P.Q.S.E.A.M.P.E.D.V.M.Q.E.D.L.E.Q.S.P.E.L.G. (Asociación Amigos De Los Huesos Que Se Parecen A Huesos De Perro Pero Que Si Decís Que Son De Ancestros Indígenas Queda Mucho Mas Cool Y Capaz Que Salis En Algún Medio Porque Ese Discurso Vende Mas Que El De Los Empresarios Que Solo Piensan En La Guita). Que no confíe tanto porque hay indicios de que estaría integrada por personajes no del todo comprometidos con la causa.

Mameluco no se perdía detalle y anotaba todo. Estaba como loco. Le preguntó qué razones lo habían empujado a él a ser parte de la movida y le respondió que no todos los días vienen unos señores generosos que te ofrecen arreglarte la casa, conectarte el agua caliente y regalarte un par de entradas para ir a ver a Piola Vago. Y que él había sido elegido porque el perfil le cerraba diez puntos.

Mameluco le pidió alguna precisión sobre esos señores generosos pero no tuvo respuesta porque el mestizo se quedó dormido. Igual estaba en llamas. Se fue del campamento sabiendo que estaba ahí de cerrar una nota que tenía destino de tapa. Un golazo.

Pasaron unos cuantos días pero Mameluco aún conserva las esperanzas de que algún otro medio publique su nota. Si el director de la revista la cajoneó y nunca más le atendió el celular tendrá sus razones. Mameluco cree en el periodismo independiente. De nada sirve dejarse llevar por los rumores que hablan de una visita amistosa de los señores generosos a la redacción de la revista.

Mameluco sabe que no le faltará oportunidad para demostrar lo que vale.

12 comentarios:

  1. jajaja, muy bueno como siempre!!

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  2. mira que sos hijoepú... jajaja

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  3. Que haya salido en este blog es todo un logro para Mameluco!!! no lo leen mas de 15 personas pero por algo se empieza no... jajaja!

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  4. Muy bueno... Supongo que tiene continuación...

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  5. Pero que culiau, mmjuajaaa!

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  6. malisimo lo de los querandíes! lo sacaste de tu libretita?

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  7. Pluma decime que esuchas a ricardo montaner y te juro que no te leo masss!!!

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  8. Ya se perfectamente quien es el empresario, jeje!! Muy buen relato tiene que haber una tercera parte

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  9. Muy bueno.
    Mameluco, sin enterarse, se está haciendo famoso...aunque ya me está dando un poquito de lástima. Tendrá alguna alegría...?
    Un abrazo grande al escritor y creador de siglas de fácil pronuniciación.
    JMO

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  10. Hay muy buenas frases pero la que se lleva todos los flashes es la del atuendo de cotillon y las llantas tres tiras, jaja!

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