Los gitanos se dejaron la Pepsi



El guardia de seguridad tiene una gorra que es un par de talles menos. Las orejas no le entran y la cabeza parece el trofeo de la champions.

El guardia es un rehén cibernético y está meta mensajear con su Nokia ultimo modelo. No levanta nunca la cabeza pero tiene radar de vigilante y me engancha llevando comida en una bolsa.

Me señala la bolsa y me hace que no con la cabeza. No saca la vista del celular.

Le digo que es para mi vieja que está famélica porque la máquina expendedora de la salita sólo vende Pepsi. Me hace puchero y dice que okey, pero que sea la última.

El botón tuvo sus cinco segundos de poder y se decidió por el indulto.

La máquina expendedora sólo vende Pepsi porque los gitanos hicieron estragos.

Los gitanos son un grano en el orto para la clínica, que ya no sabe qué hacer con estos tipos que se chorean todo lo que tienen a mano.

El modus operandi, diría el impresentable que cubre policiales en TN, es que una gitana se hace internar y la viene a visitar toda la parentela, en su mayoría señoras obesas que se esconden bajo la ropa vajilla, sábanas, almohada, toallas y si me apurás hasta el secador de pelo.

Para vaciar la máquina expendedora lo que hacen es llenar la salita de propia tropa y hacer un quilombo de novela mientras dos de ellos montan una obra de ingeniería para inclinar la máquina, meter los garfios y llevarse hasta las barritas de chocolate con pasas.

Subo dos pisos por escalera y llego a la salita donde me espera mi vieja. No hay nadie más, sacando al señor barbudo que está echado en uno de los sillones y ronca que no tiene nombre.

Está por arrancar en sony la serie que no me pierdo nunca y me dispongo a verla mientras disfruto el chegusan que le acabo de comprar a un quiosquero que se ofendió porque le pregunté si el producto es fresco. Es.

Como si estuviera sonámbulo, el señor barbudo se incorpora de golpe, camina hasta la tele que no es plasma y la pone muda.

Listo, quedamos así.

El señor barbudo vuelve a su sillón, abre una especie de bibliorato y se pone a recitar en hebreo, con los ojos medio cerrados. Le importa un carajo que mi vieja lo mire de reojo y que yo le clave una mirada magnum media medida de desconcierto y la otra media de admiración.

El señor barbudo se sienta bien derechito y se calza el sombrero que parece choreado a uno de los personajes de un cuadro de cacería. Mata la onda de las trenzas que le caen por cada lado de la cabeza y que le hacen juego con la barba XL.

Un capo el señor barbudo. Me sacaría el sombrero si tuviera. Y si tuviera sombrero querría uno igual al del señor barbudo. Las trenzas paso.

La vieja no se prende a la serie muda y yo le hago la segunda. Apagamos la tele y nos ponemos a hablar sobre cómo vamos a hacer para que el viejo baje dos cambios mientras se esté recuperando de la operación. No se nos ocurre nada.

El señor barbudo se cansa de recitar y vuelve a su posición horizontal. Tarda unos veinte segundos en activar esa máquina de ronquidos que nos obliga a subir un par de decibeles el volumen de la conversación.

Se abre la puerta del ascensor y un pibe tipo cuarenta, visiblemente impaciente, cruza la salita a los pedos y se manda directo a la puerta que comunica a terapia. Viene con envión y se da el palo porque pensaba que estaba abierta pero no.

El muchacho impaciente pregunta por un paciente a través del portero eléctrico. Terapia a esta hora ya cerró la puerta y cualquiera que quiere entrar o salir tiene que anunciarse y esperar que alguna enfermera interrumpa el solitario y lo deje pasar.

El impaciente está nervioso porque están operando a su mujer y pregunta si no hay una forma más práctica de comunicarse que no sea ese portero de mierda.

Del otro lado le responden que no se escucha bien, que por favor repita más fuerte. El tipo repite más fuerte. De vuelta que no se escucha. Al tipo le da vergüenza y no insiste. Cancheras las enfermeras.

La puerta se abre al toque y el tipo se abalanza. Pero la enfermera nos busca a nosotros. Que el viejo salió diez puntos de la operación. Y que necesita descansar. Y que ella entiende que el viejo tenga hambre después de doce horas sin meterse bocado, pero que el pebete de crudo y rúcula no es lo recomendable para un postoperatorio.

Saludamos al viejo y nos picamos el champión.
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Atravesamos la sala y dejamos atrás al señor barbudo que sigue roncando y ahora también se babea. Y al muchacho impaciente que le da a la singer como loco y acumula bronca para cuando conozca a la persona dueña de esa vocecita que lo bardeó por el portero.

Se abre la puerta del ascensor y nos cruzamos con una banda de gitanos.

Vienen por la Pepsi.

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9 comentarios:

  1. muy bueno! jaja
    sorry q nose me ocurran comentarios mas inteligentes, jajajaa!

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  2. "Vienen x la pepsi" es cualquieraaaaaaaaaaaa!! juajuajuajuaaaaa!!!

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  3. OJO CON EL INADI!!!
    ESTAS CASI AL BORDE DE LA DISCRIMINACION...

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  4. La PESI no nos gusta. ¿O pensarás que nos la olvidamos?
    Slds.
    Roberto Sanchez

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  5. Che pluma de donde conoces el idioma hebreo vos????

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  6. Podras detallarnos un poco mas como es el mecanismo para vaciar la expendedora...? sos muy poco preciso....

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  7. Buen post! pasanos q clinica es asi nos llevamos los viveres cuando tengamos q ir!!

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  8. lo de la singer me suena conocido!

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  9. ja ja ja, excelente!! La pluma sta mas afilada q nunca!!!

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