Se lo tomó personal


Tres de la tarde de domingo. Echado como morsa en la reposera, mi única actividad fisica consistia en tirar reveses al aire con la palma de la mano para espantarme una mosca que me zumbaba cerca de la cara y era lo único que me corría un poco del modo ameba en el que me encontraba sumido en ese momento.

Siempre tengo el celular en vibrar pero esta vez, por algún motivo perverso del destino, el aparato infernal estaba en su máximo volumen posible. El trajín de la semana me hizo perder el conocimiento y caí en una siesta casi criminal. El escenario onírico me tenía en una fiesta de disfraces con mis compañeros del colegio, que me hacían bullying porque yo estaba tomando un fernet con Manaos. Me hacían bullying por eso y porque estaba disfrazado de Winni Pooh, con una eslipeta naranja, medias blancas sin elástico y dos borcegos de diferentes colores.

El primer timbrazo fue como una alarma de incendio activada por algún compañerito vivo pasado de copas que acercó un cigarrillo al detector de humo. Nunca llegué a ver si el vivo había sido Federico Fitte o Francisco Varela.

El segundo timbrazo me volvió de un sopapo a la realidad. En la pantalla del celular decia número privado. En un día de semana no te lo atiendo ni en pedo, pero un domingo a las tres de la tarde tenía que ser un conocido. ¿Y si era por ejemplo Matias Ocampo para contarme que se había ganado el loto y que me invitaba con toda la familia una semana a Tahiti?

Apenas deslicé el dedo por la pantalla para darle ok, me di cuenta de que no lo tendría que haber atendido. La señorita telemarketer prendió el cassette furioso y trató de pasar su mensaje sin ser interrumpida. Los entrenan para eso. El noventa por ciento de la gente los manda a la recalcada cdsm y su gran desafío es que eso no suceda antes de completar el mensaje.

La señorita llamaba de Personal para ofrecerme un pase de línea a esa empresa con condiciones imbatibles. Mientras ella hablaba, yo me debatía entre estar dentro del noventa por ciento o contar hasta cien para no derrapar emocionalmente.

Me incliné por lo segundo y la dejé llegar hasta el final de su perorata autómata. Con el silencio del final, decidí abordarla desde el papel que me queda más cómodo pero que no siempre es tan efectivo:

- Señorita, le agradezco mucho su deferencia de haberme elegido para esta oportunidad histórica. Pero muy a mi pesar, debo rechazar su oferta.

Del otro lado se hizo un silencio violento, ideal para meter un último bocadito:

- Sepa entender, señorita, que no tengo margen de cambio porque mi línea es corporativa. No se lo tome como algo personal.

La última palabra la dije con un énfasis especial, no fuera cosa que la señorita pasara por alto mi genialidad humorística.

- Que tenga un buen día, señor.

Me cortó enseguida sin decirme nada más. Pero no fue difícil imaginarla tachándome del listado y escribiendo al margen: "no llamar más a este pelotudo".

No hay comentarios.:

Publicar un comentario