Cazado al azar


Pibe introvertido y buena onda. Si lo mirás bien, vas a ver una cruza de Piojo López y Mr Bean.

Recién llegado de su dieciocho-habitantes-más-que-un-pueblo para estudiar en Buenos Aires, el flaco se salía de la vaina por conocer la gran ciudad y todos sus encantos.

Por eso agarró viaje al toque cuando lo invitamos a la cancha a ver a la selección, que jugaba contra Colombia un partido chivo en la carrera por ir al mundial.

El pibe flasheó de movida. Le pareció de lo más pintoresco fumarse cuatro horas de cola para conseguir una entrada, popular porque el presupuesto no daba para más que eso.

El día del partido llegamos dos horas antes y cantamos que Brasil no va al mundial, que vamo a dar la vuelta como en el ochenta y seis, que el que no salta es un inglés y todas esas huevadas que por un rato nos hacen delirar y nos ponen la piel de pollo. Nos emocionan como si estuviésemos viendo al sargento Cabral atravesado para salvar al prócer que presta su nombre a la calle principal de todos los pueblos del país.

El pibe no se perdía detalle, seguía todo con el ojos en formato asombro y festejaba como un púber las ocurrencias que tenían los campeones de la improvisación, esos que cuando están afilados te garpan tres cuartas partes de la entrada.

Se había venido con el kit completo: camiseta, gorro, vincha, trompeta, papelitos en bolsita. Estaba como pibe con chiche nuevo.

A la hora y media de hacer tiempo ya estábamos todos con los huevos al plato, porque encima hacía frío. En el cemento del monumental siempre hace frío cuando juega la selección.

Pero él seguía en llamas, ya se sentía uno más y miraba con los humos ahí arriba como si la cancha fuera su habitat natural. Saltaba, puteaba, arengaba. Ni en pedo se imaginaba lo que vino después.

Dos gorras de la federal se abalanzaron sobre el grupito donde estábamos y lo levantaron de la capucha al pobre pibe que quedó un instante suspendido en el aire revoleando las gambas.

La cara se le transformó en un segundo y volvió a ser ese pollo mojado de los primeros días de la facultad. No le dieron tiempo a nada.

Lo arrastraron por entre la gente y se lo llevaron directo al patrullero. En el camino la gente empezó con el que no salta es un botón y puteaba a los uniformados. Nosotros intentamos seguirlo pero el cabo Luna según la chapita, milico perdedor ya desde el nombre, puso la voz lo mas grave que le salió y nos batió que mejor borrense que siguen ustedes.

De las setenta mil personas que había en la cancha, no había una sola más buena onda e inofensiva que este pibe. Pongo las pestañas en el fuego. No daba el perfil ni para un psicópata americano versión criolla.

Volvimos a la tribuna porque no había mucho que hacer. Además ya estaba arrancando el partido y nuestra compasión por el muchacho tenía un límite. No nos habíamos bancado cuatro horas de cola -e invertido el equivalente a tres entradas para ver a Fabio Posca- para hacerle de tutores al flaco éste.

Uno, dos, tres, cuatro, cinco. Cada gol una puñalada. Cuando ya estaba consumado el baile de antología que nos pegaron el muchacho de la melena y su ballet, recién ahí nos pusimos a pensar qué habría sido de este pobre pajuerano, que todavía no conocía el cabildo y ya había caído en cana.

No sabíamos por dónde empezar a buscarlo. Preguntamos, nos dijeron mal, fuimos, vinimos, que esto, que lo otro. En un momento nos dimos cuenta de que ninguno de nosotros tenía documentos y mucho menos alguna experiencia en sacar amigos de las comisarías.

Al final nos fuimos a buscar al viejo de uno de los que estábamos ahí. Y nos acompañó a la cincuenta y uno.

Ahí estaba el pibe, con una cara de orto desde acá hasta allá. Nos recibió con una mueca desganada onda me dejaron en banda.

Tuvo la mala leche de ser uno de los que agarran siempre por rutina para justificar el choreo que es el operativo policial.

Lo habían levantado al voleo pero en los pelpas le pusieron actitudes agresivas contra la parcialidad visitante y cánticos ofensivos. Insólito lo primero porque no nos cruzamos con un solo cafetero de nuestro lado, insólito lo segundo porque lo que es putear putear, quién no putea, dejate de joder.

El pobre flaco se reía pero como nervioso. No tenía fasos porque los amigos que se había hecho en la celda se los habían fumado todos. Menos mal que tenía fasos.

Le chantó beso y gestito chau-fierita a cada uno y desaparecimos.
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10 comentarios:

  1. Tenes que tener mala leche para que te levanten entre tanta gente!!!

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  2. Pobre!!!! que mala suerte! igual mal de tu parte por no buscarlo antes...

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  3. Moraleja .... siempre hay que tener algunos fasos en el bolsillo !!! Muy bueno JPP - Abrazo Matt

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  4. Moraleja II:....siempre hay que tener un pajuerano boncha para que lo agarren por portación de facha! Viva el sistema penal argentino!!!!
    Jose P.

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  5. Grande JPP, un lector incondicional que no para de seguirte cuento a cuento se suma a los comentarios y por favor no seas shetaaaa!!, tan cerca de agarrar a brasil en el "gigante" de arroyito no recuerdes esa noche nefasta!!, aunque la gran diferencia: Ahora esta el Diego...no coment.
    Abrazo de gol. El kbzon

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  6. qué mala leche que entre tantos lo levanten justo a este pobre flaco!! igual... me pa que sos un poco yeta... y el 5-0, ya tengo un culpable :-P
    Muy bueno JPP!

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  7. De ahi fue bautizado "el punga"... no podia faltar esta historia...el otro dia te la iba a tirar para que la relates con tu estilo tan particular..inolvidable momento.

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  8. En el gallinero hace frio siempre por eso se mudaron a una cancha como la gente donde el aliento se siente.
    Muy buena historia.

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  9. jaja, muy bueno el relato, pero adhiero a los que te dicen mufa... no podes traer este recuerdo justo cuando estamos en una situacion similar a aquella, me parece que al mundial entramos por la ventana, si entramos

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  10. Me hiciste reír mucho; y para mí pocas cosas son tan lindas como reírte con un texto. Muy bueno. P.M.

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