Más boludo que supersticioso

Raro ver un domingo a la tarde a una cuadrilla de pintores pegándole una lavada de cara al banco.

Raro porque es domingo y raro porque la verdad que la pintura que ya tiene no está nada mal. Si fuera mi casa, tranquilamente la hago que tire un par de años más, pero para un banco que atiende como el culo a sus clientes, la imagen es todo lo que le queda. Una buena fachada es fundamental.

Los artistas de la brocha gorda se despliegan por todo el frente del edificio y la única opción que tengo para entrar al cajero es pasando por debajo de la escalera de uno de ellos. Y sí, vamos para adelante. El muchacho de la escalera -que calza un mameluco que pide cambio a los gritos- me mira espantado y casi que no le dan las gambas para bajar de a cuatro los escalones. Con la mirada parece decirme que no va a ser cómplice de mi desgracia.

En general no soy supersticioso. Pero me da cosa no seguir, de mínima, los tres o cuatro principios básicos que pregonan los que se animan a manejar la moto con una sola mano para tocarse el izquierdo cuando se les cruza un gato negro. Por eso dudo un poco antes de mandarme. Y sí, de sólo verlo al pibe tan convencido de sus creencias, me hago el guapo para incomodarlo y demostrarle que tampoco hay que ser tan extremista. Así que paso como si nada.

Un supersticioso diría que llevarme la marca de pintura fresca en la mano es consecuencia inmediata de ese acto de rebeldía. O es de boludo, andá a saber.

Con la mano que me queda limpia meto el plástico en el cajero y miro de reojo. A través del vidrio lleno de polvo, el pintor me observa con cuidado. Lejos de estar planeando un golpe de salidera bancaria, el pibe está más bien horrorizado por mi desparpajo para desafiar al destino. No sé, capaz que está esperando que la máquina me deje frito con una descarga eléctrica o algo así. Me da un escalofrío jodido, no puedo evitarlo. Por eso no me parece tan grave que el aparato me tire un mensaje de saldo cero. Hubiera jurado que algo tenía pero no es nada de otro mundo que funcionen mal estas máquinas que en teoría reemplazan al hombre para lograr mayor eficiencia.

Salgo del banco y paso de vuelta por debajo de la escalera. Menos por menos, más. El pintor se aleja unos metros moviendo la cabeza onda ahora sí que estás en el horno.

El día está diez puntos y Tigre está lleno de turistas, de esos que se instalan en un metro cuadrado de parque y la pasan bomba. Aire puro para cargar las baterías necesarias para soportar la vuelta a casa, compartiendo ruta con los otros sesenta y dos mil ochocientos paseantes que tuvieron la misma idea.

Mientras esquivo domingueros me parece ver algo que no me copa del todo. Lo que me faltaba: que se me cruce un gato negro. Bueno, casi negro, porque en realidad es tirando a gris topo. Pero en el fondo yo sé que es pelambre negro desgastado por los años de uso. Como para no dejarme dudas, el gato se para justo frente a mí. Me siento en una película de Mel Gibson, viendo asomar y esconderse la cara del pintor por detrás de la gente que hace del parque un enorme hormiguero. Me niego al gesto obsceno que ahuyenta la mufa. Demasiada gente, mucho borrego.

Cruzo el parque y se me acerca un cuzco de lo más patotero. No lo dejo ni llegar al tercer ladrido y lo calzo de lleno con el empeine para no darle la menor oportunidad. Sale disparado con la cola entre las gambas y me arrepiento. Me arrepiento primero, porque el pobre llora desconsolado y, segundo, porque esta historia va directo al blog y le temo a la crítica despiadada de los fanáticos defensores de los animales. Pero si no le pego me muerde, de una.

Llego a las vías y no sé qué hacer. Capaz que se me engancha un cordón en algún lado justo antes de que pase el tren o piso el tercer rail, el que está electrificado. Otra vez la cara del pintor, esta vez en las personas que saludan desde alguno de los dos trenes que dejo pasar. Sindudamente, el puente peatonal es la mejor opción, así que vuelvo un par de cuadras e intento cruzar por ahí. Subo de a uno los escalones, tranqui, no vaya a ser que me encuentre con uno flojo y a la mierda. En uno de los descansos hay dos pendejos prendidos a un tetra y me hacen gesto de te equivocaste. Si fuera un día normal no les doy ni la hora y sigo de largo, pero no es un día normal. Así que vuelvo sobre mis pasos.

Bajo y camino hasta la estación para no tener que cruzar las vías. Otra vez a los saltitos entre lonas, mates, reposeras y puestos de falsos hippies. La cumbia se mezcla con el estruendo que hacen los que le dan sin asco a las tumbadoras. Sobran los padres que, con pretensiones de salvación segura, no les dan respiro a sus futuros delpotros o messis y los hacen practicar casi hasta el desmayo.

Camino a través del playón donde cientos de personas demuestran lo malo que uno puede llegar a ser arriba de un par de rollers. Dos me pasan rozando y de pedo no me dejan dando trompos. Temo por mi integridad física, porque no es un día normal, y por eso decido que mejor va a ser bordear el playón, aunque el camino a casa termine siendo más largo. Ya casi llegando, pierdo algunos minutos más mirando varias veces hacia ambos lados de un cruce que, históricamente, tiene un promedio de uno coma dos autos por hora.

Ya en casa, le cuento el periplo a mi mujer y me dice que estoy loco. Mirá qué novedad. Para demostrarle que los planetas se alinearon contra mí, prendo la computadora y entro al sitio web del banco que, extrañamente, no se cuelga. Miro el saldo.

Definitivamente, soy más boludo que supersticioso.

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9 comentarios:

  1. CLAP CLAP CLAP, la definición del banco no pudo ser mejor!!!, abrazo de gol de tu fiel seguidor tigrense. El kbzon.
    BOLAS: TE DIJE ANTES, NO SEAS SHETA, NO RECUERDES EL 0-5 DE COLOMBIA Y MIRA LO QUE PASO....EU FUCHIBOLL!!!

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  2. Excelente relato JPP... aunque, como lo habías adelantado, el "tres dedos" al pichicho era perfectamente evitable...

    Abrazo.

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  3. A un cuzco le pegaste? Por qué no te metés con uno de tu tamaño, o sea un grandanés o algo asi?
    y con respecto al saldo cero no te preocupes que es un mal bastante generalizado!

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  4. mortal los domingos en el tigre, ni hablar si vas al puerto de furtos que ya no vende ni medio fruto. las vueltas en auto son insufribles!

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  5. en un dia normal te prendes a la ronda con los del tetra, seguro

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  6. A los del tetra les hubieras dado la banelco, si le sacaban un mango se lo merecían.

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  7. essselente relato JPP! empecé a leer y dije, total en un rato corto y veo como va la tarta que ya lleva unos minutos en el horno.... la lectura me atrapó y la tarta sufrió lo obvio cuando uno deja más de lo necesario la cosa en el horno... en fin, igual la tarta no quedó tan mal y el relato como dije, esssselente y valió la pena!
    Abrazo!

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  8. Kbzon: en esa vos vendrías a ser el supersticioso y yo el boludo...

    Punga: sí,todavía me arrepiento. Lo sigo viendo por el barrio al cuzco, ya no me saluda.

    MC: ningún grandanés se me vino al humo.

    Cavernícola: todavía hay una frutería dentro del Puerto. Cara, pero buena.

    Anónimo 1: por qué no? Un traguito de vino no se le niega a nadie.

    Anónimo 2: la verdad que sí, no se me ocurrió.

    Saraza: gracias querido. Invitá cuando haya tartas de nuevo.

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  9. Che, pluma, vos eras el que al final no crusó? mirá vos, che! por tu culpa perdí una apuesta con mis amigos del chupi del tren. Me vas a tener que pagar 20 mangos, andá a buscarlos al cajero!
    Jose M Pizarro.

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