Ir al fin del mundo no es el fin del mundo



Volar por línea de bandera nacional es una lotería. Con el pasaje en la mano tenés que esperar qué bolilla te sale: cancelado, demorado, sobrevendido, huelga de maleteros, choreo de valijas o piquete del gremio de los camioneros que quieren sumar a los pilotos porque avión suena parecido a camión.

Volar por línea de bandera nacional, o en realidad por cualquier aerolínea, es doblemente estresante si llevás tropa propia que garantiza una importante cuota de bardo a bordo.

No soy de los que arrancan mirando el menú por la columna de los precios -no siempre, al menos- pero cuando hice cuentas para sacar seis pasajes fui directo a los más tobaras, de una. Incluso pregunté si había descuento por mandar a alguno de los más chicos en jaulita de perro en el depósito. Quedaron en averiguarme pero nunca me respondieron.

Por haber sacado esos pasajes, ahora me tengo que bancar volar demasiado muy temprano. El vuelo es a las cinco aeme y eso significa estar a las cuatro y salir de casa a las tres. Copamos dos remises porque somos banda y puro bártulo. Los remiseros son dos viejos -en autos ídem- que nos piden ocupar el asiento del acompañante y despedirlos al grito de "chau tío, gracias por traernos", así no les hacen quilombo en el aeropuerto pidiendo tantos papeles.

En la fila del check in la gente se sorprende de ver tanto piberío. Justo atrás de nosotros hay una pareja de alemanes que miran azorados. Balbucean algo en un castellano malísimo y yo les respondo que soy el responsable del jardín de infantes Platero y que me estoy llevando a los pibes de viaje de egresados. Me sonríen. Les sonrío. Ni yo entendí la pregunta ni ellos la respuesta.

La fila empieza a crecer y la mayoría pone cara de orto cuando ve que habrá purretes a bordo. Ponen cara de orto bien visible porque les interesa especialmente que yo los vea. Y yo no hago nada para calmar a la tropa, que a esta altura se cansó de esperar y empieza a armar quilombo. Los viajantes siguen con cara de orto y yo les devuelvo una de "esto es sólo un adelanto, esperen a que estemos arriba del avión".

En el mostrador de la línea de bandera nacional llama la atención la buena onda que le pone la señorita que nos atiende. Trabaja para el estado pero igual le pone onda, bien ahí. Nos sugiere hacer un par de cambios en el contenido de las valijas para que ninguna se pase del peso máximo. Buena onda la mina, mala onda los que vienen atrás porque ven avanzar todas las filas menos la nuestra. Como para responder al resoplar insoportable de los impacientes, me tomo un rato para revisar todos los pasajes y preguntarle a la mina hasta por el clima en Ushuaia.

La novedad es que el avión sale en horario. Lo dice la tele donde aparecen los horarios. La verdad que las pizarras que había antes le daban un poco más de emoción a la cosa con sus chapitas y su tac-tac-tac-tac que iba anunciando llegadas y partidas.

Uno, dos, tres, cuatro, cinco. Sí, están todos. Enfilamos entonces para la sala de embarque y el hombre que chequea los pasajes antes de ingresar mira los míos como demasiado concentrado y pensativo. Cantado: si el avión sale en horario entonces la nota de mala suerte viene por el lado de que algún dato está mal o algo así. El tipo se saca la gorra y se rasca los catorce pelos.

- Cinco gambas cada pasaje, pagan seis... mierda que te van a salir caras las vacaciones.

Tan ridícula la situación, tan desubicado el comentario, que me limito a sonreírle un toque y darle la mano. Qué cachafaz, pordió.

Mandamos los bártulos por los rayos y vamos pasando uno a uno por el arco alcahuete. Pasamos todos menos Little J, que se manda por el único hueco que queda entre la mesa de rayos y el arco.

- El pibe tiene que pasar por acá.

No, el pibe se empacó y no hay forma de hacerlo razonar. El hombre tiene cara de malo, se pone firme e insiste, casi que se enoja y lo mira feo. Pero mi mujer lo frena en seco y le dice que si hace calentar al borrego lo manda directo a la cabina y que se lo banquen los pilotos. Little J se sale con la suya.

No hay manga, así que nos tenemos que subir al bondi que va hasta el avión. La tropa se desilusiona con el chiste fácil de que el avión se rompió y entonces tenemos que hacer tres mil quinientos kilómetros en ese bondi. La señora paqueta al lado nuestro se ríe de la situación. Se ríe más por mostrarse simpática que otra cosa.

Cumplimos la ceremonia de pasar por primera para llegar hasta nuestros asientos. Los seis tipos que ya están ubicados en sus lugares traen colgado el cartel de funcionarios públicos. La línea de bandera nacional los premia con pasajes gratis para contrarrestar lo terrible que es para ellos el desarraigo, estar lejos de los suyos y trabajar de sol a sol por el bien de todos los argentinos. No pueden menos que merecer un final de año junto a los familiares que no ven durante todo el año (pocos, porque el resto trabaja con ellos). Casi que me dan pena, mirá lo que te digo.

Nuestros seis asientos no están todos juntos. Hay uno que nos tocó separado, pero el pobre pibe que quedó en medio de la marea purretera no tarda ni quince segundos en aceptar un cambio de lugar. Resigna ventanilla y dispara que no le dan las gambas.

Tres horas de viaje, tres horas de tranquilidad casi milagrosa. Al pedo habernos sugestionado tanto. Ivana Trump habría viajado sin problemas junto a nosotros.
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6 comentarios:

  1. muy bueno, Juampi! abrazo y feliz año. Lolo Pf

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  2. jajaja, me imagino a los cachafaces en primera mirando superados como si fueran los reyes de España... unos impresentables, y eso del desarraigo es una caradurez marca cañón!!
    Feliz año Pluma seguí el año que viene!!

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  3. Buena forma de empezar el año, con un vuelo, volemos alto este 2010 y felicidades para todos!
    Abrazo JPP!

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  4. Little J. empacado? Nooooooooooooooooooo, no te la creo!!!!! Jeje

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  5. ¡Buenísimo! Buen comienzo de año. ¿Serán todos truchos los remises del norte? jajajaja. Siempre el cuento del tío. Un abrazo. PP

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