Tres de purretes



Los borregos eran dos fieles exponentes de la escuela de no dejar para mañana las cagadas que podés hacer hoy.

De los que no dejan títere con cabeza, porque hacen o dicen cosas que logran romper la paciencia de ajenos y provoca que sus padres quieran que se los trague la tierra (a ellos o a los pendejos, lo que convenga en el momento).

Cuando su madre los estaba bajando del auto para entrar en el supermercado, vio que se acercaban dos enanos, pero enanos posta, de circo. Por el gesto de los pibitos -ojos como platos, inquisidores- enseguida se dio cuenta de que el final de la película no le iba a gustar ni medio.

En una especie de carrera contra ese changüí de segundos que tenía, les explicó que por alguna razón el Barbas había decidido darles a esas dos personas un aspecto físico especial. Que no había que decirles nada ni mirarlos fijo porque podrían ofenderse. Y un par de advertencias más que las dos criaturitas nunca iban a entender.

En eso estaba cuando los dos enanos pasaron cerca del auto. Demasiado cerca como para no escuchar el comentario inocente que les dio de lleno en su metro quince:

Mami, ¿los podemos tocar?

**********


Hace cuarenta años las cosas eran bien distintas, ni hablar.

Señor Yiel, que vivía en zona norte, había llevado a un sobrino de Capital a dormir a su casa para distraer a su hijo que andaba de malas.

Hoy el viaje ése se hace en un toque, pero en aquella época casi que había que planearlo como si uno se estuviera yendo de vacaciones. Malos caminos y autos más lentos.

En el momento de llevárselo, la pensó dos veces porque el pendejo era demasiado pendejo, pero se mandó igual.

Al principio estaba todo diez puntos, el pibito flasheado con la nueva experiencia y viviendo todo como una aventura.

Pero a la hora de bajar los decibeles la cosa empezó a ponerse densa y pasó lo que no podía pasar.

Cuestión que señor Yiel tuvo que cargarlo de nuevo en el auto y enfilar de vuelta al centro. Bajón.

Al principio del viaje eran sólo sollozos. Mano, mano, mano, repetía el borrego.

Obvio, el petiso extrañaba y necesitaba un toque de contención. Señor Yiel le dio la mano y el pibito lloró un ratito más hasta que se quedó dormido.

Llegaron al centro y señor Yiel dio la vuelta para abrirle la puerta y bajarlo alzado. No quería despertarlo.

Lo que lo despertó fue la puteada lastimosa que largó señor Yiel cuando vio esos cinco deditos, como albóndigas a esa altura, que habían quedado del otro lado de la puerta.

**********


Los pibitos habían tenido un cumpleaños bastante movido, a todo trapo. De esos festejos que meten una actividad detrás de la otra y sin parar un segundo.

Cuando sus viejos los fueron a buscar, se les anexó un primo que había quedado colgado y terminó cayéndose a dormir a su casa.

Se fueron directo al sobre porque además de correr, saltar, chocar y romper, habían morfado para el campeonato mundial. El turno cena quedó eliminado por decreto.

Se quedaron hueveando un rato, típico de la edad, cada uno en su cama. Pero el dueño de casa ya quería bajarle la persiana al día y enfiló para el cuarto del borregaje.

Y ahí se lo encontró al ajeno, leyendo sentado sobre la cama sin desarmar. Cuando lo invitó a sumarse a la oración de la noche, el pibito bajó un toque el libro y en un segundo le cambió todos los planes.

En mi casa se reza después de comer.
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8 comentarios:

  1. muy buenos, jaja... aunque el segundo es muy cruel, pobre pendejo!!

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  2. si, si, terrible el segundo... como explicarle al padre que el pendejo vino todo el viaje con los dedos agarrados de la puerta... como le habran quedado pobre

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  3. los podemos tocar? jaja. Los chicos son buenisimos!!!
    Caro

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  4. nooo, mortal lo de la mano! Además hace cuarenta años las puertas de los autos eran mas duras que la mierda...

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  5. si arrancas contando anecdotas de pendejos no terminas mas!! bien por eso eh! que fiaca el dueño de casa se tuvo que poner a cocinar, seguramente, jaja!!

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  6. Muy buenos JPP! Esperamos una segunda entrega, los pendejos tienen cada salida.

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  7. JPP, lo del chiquito y la puerta del auto es una crueldad!! Y encima lo metes entre dos cuentos graciosos, pobre criatura!!!

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  8. aaaaa me dolió el segundo cuento, pobre pendejo!!
    muy buena pluma!

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