Salgo con el equipo muleto


Las muletas calzaron justo y quedaron trabadas. La base contra lo que vendría a ser la parte de abajo de la guantera y la sobaquera contra el marco de la puerta del acompañante.

Tishei cogotea para todos lados buscando un hueco para estacionar. Pone balizas y se banca, inmutable, los reclamos histéricos de los impacientes.

No hay un puto lugar. En veinte años la zona creció como forúnculo en el tujes y lo siento como una usurpación. De pendejos hacíamos bici cross -y alguna que otra maldad que rozaba lo satánico- en baldíos donde hoy se levantan edificios con muchos negocios y pocos escrúpulos. De alzar la mano para saludar al afilador de cuchillos pasamos a levantar el dedo mayor para responder a la maniobra temeraria de una mina 4x4 que nos tira la chata encima. Miles de personas yendo y viniendo como hormigas, perfectos desconocidos, productos de una ola de okupas sociales que se diseminó por todo el barrio y lo convirtió en este verdadero hachazo al baúl de los recuerdos.

Termino bajándome en medio de la calle porque no me queda otra. Para destrabar las muletas y salir de ahí, hago un par de movimientos que incluyen todo lo que el médico me mandó no hacer. No sólo apoyo la gamba sino que también la uso como eje de la aparatosa ceremonia que implica llegar a la vereda. No hay con qué darle: el médico es un gran estratega que te tira el concepto pero no te dice cómo carajo cumplirlo en el día a día.

Clavo muletas y me hamaco en un balanceo que no tiene ni un poco de sincronización. Avanzo mirando bien el terreno porque no quiero la del flaco que labura con nosotros. Tuvo la misma lesión que yo y andaba de acá para allá con sus muletas, casi canchereando, hasta que fue a dar con una superficie demasiado lisa y un toque húmeda. El acto reflejo para no apoyar la gamba, después del resbalón, terminó en una fractura de fémur que lo tuvo tres meses mirando el techo y otros tantos sin pisar.

Un flaco que reparte volantes me ve arrastrarme con las muletas y me ofrece volante igual. Le doy una segunda oportunidad de darse cuenta de que no tengo con qué carajo agarrarlo y me hago un poco el boludo mirando para otro lado. Pero el capo sigue ahí, con el brazo extendido, haciendo esa especie de chasquido de dedo contra papel que está buenísimo y que nunca me salió. Entonces le pido que suba un toque el brazo así el pelpa me queda a la altura de la boca y lo puedo agarrar con los dientes. Volantero no quiere ver la ironía y con tal de bajar la pila de volantes, amaga mandarlo nomás y me obliga a mover la cabeza de golpe.

Llego a la puerta principal de la clínica y, justo antes de entrar, me hago el langa y dejo pasar a la niña que viene por el otro lado. Ella me mira de reojo y me pone cara de mejor pasá vos, acompañado de una mueca casi compasiva. Trompada al orgullo que me obliga a actuar rápido: con una muleta me mantengo en pie mientras que con la otra hago un esfuerzo padre para trabar la puerta. La que te dije pasa como un suspiro y me agradece con la sonrisa. Yo le devuelvo otra, bien falsa, mientras la gamba sana me empieza a temblar por la fuerza que estoy haciendo para mantener abierta esa puerta pentágono.

Encaro hacia el mostrador y pregunto por kinesiología. La simpática recepcionista, una especie de ventrílocua que habla sin que se le mueva la sonrisa kolinos, me dice que primer piso por escalera. Lo qué. Me doy vuelta y ahí se despliegan, desafiantes, los setenta y ocho escalones con tres descansos. De lo más práctico.

Un rato después y a fuerza de movimientos espásticos tratando de combinar muletas, resonancia en sobre tamaño baño y pata extendida, llego a una sala de espera que está hasta las manos. Se me hace que es una sala común a todos los consultorios que hay en la clínica, porque hay de todo. Se respira aire de cabaña en Mina Clavero, donde los espacios compartidos son compartidos posta. Donde si hacés asadito ya sabés que hay que compartirlo con los jubilados de la cabaña que tenés a cinco metros.

Antes de sentarme muleteo por un corredor que termina en un mostrador donde se supone que debo anunciarme. La recepcionista está de divertidísima charla con su compañera de pupitre mientras yo pongo cara de orto porque se me cansa la gamba sana. Entonces me acuerdo de cuando la tana Ferro se presentó para la entrevista en el programa de radio, pero la verdad que no me da para armar tanto bardo. Las chicas agotan el tema de conversación y una de ellas me atiende y me manda de vuelta por el corredor hasta la sala de espera.

Me siento en el único lugar vacío, bien pegado a un flaco de unos ventimedios que mata el tiempo con un jueguito del ipod touch que está muy bueno hasta que se da cuenta de que estoy espiando y entonces lo apaga.

Lo único que se escucha son los gritos de los chicos que van, vienen, se caen, se levantan, le hacen caras a la señora seria, agarran una revista y no le dejan una pagina en su lugar, miran desafiante a su madre y vuelven a hacer eso que les acaban de decir que no hicieran. Y se supone que están todos enfermos. Nada que ver con nosotros, que si tenemos medio grado más de temperatura que lo normal no nos podemos ni mover. No, nada que ver. A los pibes es como si les dieran una descarga de dos veinte, no paran.

Uno de los chiquitos se me acerca y se para enfrente. Me mira y mira las muletas. Parece no saber lo que son. Me hago el distraído pero sigue mirando muy serio y como preocupado, como si fueran dos itacas que estoy a punto de usar para abrir fuego contra todos. Se acerca un poco más y cuando ya casi está tocando las muletas, las sacudo de golpe y las hago golpear contra el piso. El pendejo sale corriendo que no le dan las gambas y no se vuelve a mover de al lado de su vieja.

Al lado tengo una señora que no larga el celular ni para decirle a su pibe que deje de dibujar la pared. Y dale con los mensajes de texto, un diálogo silencioso que avanza al ritmo de un timbre insoportable que anuncia la llegada de cada mensaje y de la emoción indisimulable de la señora que festeja con una risita cada una de sus ocurrencias.

Pegado hay otra, de unos cuarenta, que le pega un grito al hijo cada vez que se mueve. Le chista, lo calla, no lo deja vivir. Me pregunto cual será la dolencia del niño además de la madre.

Me llama la atención la mujer que está justo enfrente del televisor. Me llama la atención porque mira sin pestañar un programa aburridísimo, de esos que produce el propio sanatorio con los recursos que tiene a mano y que dan consejos prácticos sobre cuidados de la salud. Aburridísimo.

Cuando escucho mi nombre y me paro para que me atiendan, me cruzo con un conocido que enseguida se interesa por mi lesión y me pregunta cómo fue. Le contesto que lea mi blog y lo dejo hablando solo. Si hay algo que me rompe los huevos -mucho más que mantener una conversación desde Tigre hasta Retiro- es tener que explicar mil veces lo mismo.

Con el kinesiólogo hago una excepción y le cuento. Fractura de platillo tibial con hundimiento, le digo con voz casi melodramática. Al pibe es como si le hubiera dicho que se espera cielo parcialmente nublado con algunas precipitaciones aisladas, le chupa un huevo. Agarra la resonancia, la sacude un poco y la analiza como quien ya sabe lo que va a decir. Mientras no deja de mirar ni por un instante a la mulatona que hace ejercicios al lado nuestro, el tipo prende el cassette y me da una clase teórica de fisioterapia con conceptos que me voy olvidando automáticamente a medida que los voy escuchando.

Lo que sigue no es gran cosa. La rutina de torturarse un toque con los electrodos que te dan una descarga eléctrica y que sirven para desinflamar la zona, la aplicación de magneto que según algunos no sirve para una mierda y los ejercicios que se hacen hasta que te duela y entonces mejor aflojamos. Todo en un clima de cuasi velorio porque estamos todos que nos salimos de la vaina para volver a patear una número cinco. Todos menos el viejo áspero que acaba de entrar puteando al kinesiólogo porque la espalda le duele como la gran puta y porque desde que viene a esta clínica cada vez le duele más.

Mientras encaro toda la ceremonia para hacer pasillo, escalera, puerta pentágono y subida al auto, pienso que mi amigo el capitán tiene razón cuando me dice que no tengo timing. Cuánto mejor hubiera sido el reposo en época de mundial.
.

26 comentarios:

  1. jajaja! Despues de toedas las boludeces que comentaron la vez anterior te mandaste uno que esta muybueno!! Jurame que el viejo fue tan mala onda!!! jaja!

    ResponderBorrar
  2. Que grande! volvio la acidez/amargura que tanto nos gusta!! exclente JPP!!!

    ResponderBorrar
  3. Genial!
    Buenísimo, un kinesiólogo en un primer piso por escalera y espectacular la dolencia del pibe que no pasa de ser su madre!
    Jodido, que asustaste al pibe con las muletas y más jodido porque ya no sé si llamarte o mandarte sms...todo te jode. Igual te sigo teniendo entre mis números gratuitos...una de mis peores inversiones!
    Un capo tu amigo el capitán!! jajja
    Abrazo

    JMO

    ResponderBorrar
  4. Belleza!
    Muy bueno JPP.
    abrazo
    guga

    ResponderBorrar
  5. "como forúnculo en el tujes"
    Un poeta el Pluma
    Lo de kinesiologia en primer piso tiene que ser joda.

    ResponderBorrar
  6. Muy bueeeeeno !!! a mi tampoco me sale el chasquido del volante !!! abz MO

    ResponderBorrar
  7. Muy bueno! jaja. Que bueno hubiera sido el reposo en epoca de mundial!!
    a lo mejor podes hundirte de vuelta el platillo, jaja!
    besos
    Caro

    ResponderBorrar
  8. Espectuacular!!
    Como me hiciste reir con el pibe de los volantes, jaja! Ah, y probre el que se encuentre con vos en tigre yendo para Retiro... hdp!! esta claro que la amargura no se pierde con una lesion de rodilla!!

    ResponderBorrar
  9. Decile a tu amigo el del femur que nos tire un numero para jugar a la quiniela, un tipo con suerte.

    ResponderBorrar
  10. JPP sos el unico pibe capaz de mandar a un amigo a leer el blog para qeu se entere de tu vida, jajaja! Y lo de la falta de timing es imperdonable!

    ResponderBorrar
  11. muy bueno!!! y cuanto te falta para terminar la kine, porque tambien te tenes que ciudar de la gripeee A, dicen que el peor lugar es una sala de espera y multitudinaria... hace la de Miguel estornudá y todos se te alejan....

    ResponderBorrar
  12. gracias emete y Caro por sus buenos deseos!!!!!!!!!!!!! no se preocupen, estoy por sacar carnet para ambulancias...

    ResponderBorrar
  13. Esta vez te luciste Pluma, tus fans están mas tranquis, me parece que el sindrome de abstinencia los puso mal la semana pasada

    ResponderBorrar
  14. Yo te diria que le des charla al viejo porque asi de amargo va a ser vos cuando seas gradne!! Excelente el post de hoy!

    ResponderBorrar
  15. "Edificios con muchos negocios y pocos escrúpulos", muy bueno! Me imagino la zona de la que hablas porque conozco el lugar donde hay kinesiologia en el primero piso por escalera. Una vez una vieja gritaba que iba a hacer juicio porq estaba operada de la cadera y le decian que era buen hacer ejercicio subir la escalera en cada sesion.
    Muy bueno el relato!

    ResponderBorrar
  16. Brillante, me cague de la risa!

    ResponderBorrar
  17. Grande Pluma que bueno que esta el relato!
    lo de las maldades que rozan lo satanico es un adelanto de lo que viene en el proximo post????

    ResponderBorrar
  18. Gachi, Pachi, tu hermana y estos otros dos pelotudos, todos de sagitario!!
    A la tana Ferro habria que hacerle un monumento... quien no es un poco tana Ferro eh??!

    ResponderBorrar
  19. Buenisimo Juampi! Dale al golf y deja de boludear con el fulbo, ya estamos grande che....abrazo MB

    ResponderBorrar
  20. Malísimo. Se ve que sos de famlia numerosa y que tenes muchos amigos, porque cualquiera que lee esto no puede pasar del segundo parrafo...

    ResponderBorrar
  21. Anónimo, si queres decir que es malísimo por lo menos llegá hasta el último párrafo!, eso es lo que pasa con la gente que no tiene mas literatura que historietas, y eso sí: una tira por día porque sino le cansa la vista de tanto leer!
    Pluma, espectacular descripción!, una pregunta: era una clínica pública? porque la mina que se pone a charlar con su compañera me suena a hospital público. Y deberías haber pensado en una carrera de payaso, ya que tenés tanta afinidad con los chicos y les inventas juegos divertidos en los que la pasan bien. Y como siempre, eso de hacer sociales no es tu fuerte, será porque ya conoces a mucha gente adentro de la famila numerosa. Sino terminas como los que no teniendo muchos familiares matan el tiempo criticando y comentando boludeces.
    Abrazo,
    José M Pizarro.

    ResponderBorrar
  22. Jose, se nota que sos familiar!

    ResponderBorrar
  23. anonimo 13, totalmente de acuerdo con vos, aunque creo que es la famosa autobomba...no?
    De todas formas a pesar de lo pesimo en general tiene algunos gags autodescriptivos muy buenos.
    Aguante la falta de timming cuando no termina en roja !!!
    Sory por la demora pero tuve compromisos.

    ResponderBorrar