La pantomima del Señor Caverna


Señor Caverna no sabía cómo pedirme perdón. Cabeza gacha, mirada al piso y discurso armado. Que era conciente de que me había cagado como de arriba de un poste, pero que había estado muy bajoneado, con medicación incluida, que su mujer no le hablaba, que su vida era una calamidad.

Y yo respondiéndole que, a esa altura, sus cuestiones personales me importaban tanto como el resultado de la regata quinientas millas del Río de la Plata, categoría optimist timoneles. En otro momento de mi vida lo habría hecho pasar a tomar un café para escucharlo y darle un toque de contención. Aunque en realidad no estoy seguro de si ese otro momento de mi vida alguna vez existió.

Señor Caverna quería que lo invitara a pasar pero yo no le abrí el portón y terminamos hablando de globito, uno de cada lado del cerco, porque quería hacerle sentir el rigor.

Señor Caverna hablaba bajo, pausado, con silencios inteligentes. Quería hacer el papel de víctima pero yo nunca lo dejé porque le hablaba fuerte y le hacía cambiar el tono. Dos vecinos se asomaron para preguntar si estaba todo okey. Con Señor Caverna nada podía estar okey.

A ver si nos entendemos: a señor Caverna no le agarró un ataque de culpa, ni en pedo. Estaba ahí porque, un par de días antes, yo le había hecho llegar una amable carta diciéndole, palabras más palabras menos, que si no me terminaba el laburo le iba a meter una demanda y me iba a ocupar de que nunca más en su puta vida volviera a trabajar. Delirios de grandeza y poder los míos, pero con resultados a la vista: no le dieron las gambas para venir a llorarnos la carta.

Meterse en una obra es cosa seria, che. Lo nuestro fue reciclar una casa que ya no podía disimular sus ochenta primaveras y pedía a los gritos una cirugía general urgente.

La tarea le fue encomendada a Señor Caverna, que al tiempo demostró ser tan cirujano como un estudiante de medicina que anda a los tumbos por el cebecé.

De movida parecía un relojito. Se la pasaba boqueando y batiendo tecnicismos que sonaban de lo más profetas. Nosotros, obvio, nos tragábamos la píldora porque ni puta idea teníamos sobre el tema.

La primera luz se nos prendió cuando Señor Caverna se cayó con la cuadrilla de laburo que nos había vendido como si fuera la que usaron los chilenos para levantar el unicenter. El team arrancaba con un veterano que portaba una sonrisa extra large que me acalambraba la mandíbula de sólo mirarlo, de esos que no se sabe cómo carajo se las arreglan los días que no tienen motivo para sonreír. Y terminaba con una especie de versión gris de Chuck Norris, que en lugar de tirar patadas se dedicaba a cebar mate y levantarse a las empleadas domésticas de la cuadra. De laburo ni hablar.

Le insinuamos al Señor Caverna que, laburando al ritmo de ese dúo dinámico, el calamar iba a clasificarse para la Libertadores antes de que nos entregaran la casa. Y Señor Caverna encontró una solución de lo más inteligente. Contrató a dos ene ene que tocaron el timbre pidiendo laburo. A la final resultó que sus únicos antecedentes en el rubro habían sido pico y pala en el penal de Olmos. Los tumberos se dedicaron a escabiar tres cuartas partes del día, se choreaban bolsas de cal y cemento para venderlas en otra obra, y terminaron apretando al Señor Caverna para obligarlo a pagarles doble indemnización -a pesar de que se rajaron por las suyas- con fierro en el cinturón y al grito de dos gambas o te quemo.

Señor Caverna sabía tener una chata más o menos decente, que había comprado con el acumulado de dos años de laburo. La tuvo hasta que se la chorearon justo el día en que la tenía cargada con seis gambas en materiales, herramientas nuestras y hasta un portón de chapa listo para colocar. No tuvo mejor idea que intentar recuperarla en la villa donde se habían metido los cacos. Lo recibieron con una paliza de colección que le dejó la cara hecha un buñuelo.

Señor Caverna, que no tenía asegurada la chata, acusó depresión y desapareció. Pero desapreció en serio. El veterano le ponía onda pero hacía una cagada detrás de la otra. Sobre todo porque Chuck seguía ejerciendo de macho latino y le huía a cualquier actividad física fuera de eso.

La obra marchaba a ritmo babosa. Ya había pasado tres veces el plazo prometido y ahí lo teníamos aquerenciado a Chuck, que ya figuraba en guía con nuestra dirección. No estuve lejos de hacer la de mi amigo que tenía su obra demorada unos dos añitos: cayó con dos bidones de nafta y le dijo al constructor que tenía quince minutos para dejar el obrador antes de que lo prendiera fuego. Lo prendió fuego y nunca aclaró si fue con o sin constructor adentro.


Señor Caverna seguía ahí, del otro lado del cerco. Me prometió, me aseguró, me repitió que vendría el lunes a primera hora.

No apareció el lunes y pasó un tiempito más sin aparecer, pero todavía le juego unas fichas. Me pareció verlo, pero de verdad, con ganas de redimirse. Va a venir. Así tenga que esperar otras treinta y ocho mil doscientas cuarenta y seis horas, no le pierdo la fe.

.

14 comentarios:

  1. muy gráfico jpp, se me hace qe no te quedó un buen recuerdo del amigo constructor...

    ResponderBorrar
  2. ni me quiero imaginar cuánto le pagarías por día a ese pobre señor Caverna con el Cebú que tenes en el bolsillo! jajaja

    ResponderBorrar
  3. Yo lo conozco a Caverna, hace unas semanas estuvo instalando un porton de chapa en casa y fue tan gentil que no me cobro los materiales ! M.O

    ResponderBorrar
  4. para comprarse otra chata, con vos tendria que acumular unos 6 o 7 años... pobre caverna... lo que lo habras maltratado!!

    ResponderBorrar
  5. Pido solidaridad con el pobre Caverna, que es el único e indiscutido damnificado de todo este asunto. M.O

    ResponderBorrar
  6. No voy a permitir que me difame de esta forma Sr. Pizarro, ni siquiera me abrio el porton para conversar del master plan de su casa ! aunque sea tireme unos pesitos para el bondi !

    ResponderBorrar
  7. cualquier cosa me encuentra en http://www.remodelotucasaencuotas.com

    ResponderBorrar
  8. no entendieron nadaaaaaa!!!!!!!!! la culpa fue nuestra, no nos dimos cuenta, con ese apellido... realmente era como el hombre de las idem... y debo atestiguar, que esta vez no hay ni una pizca de exageración en el relato, es más, se quedó corto!

    ResponderBorrar
  9. Ay, ay, ay... Remodelando, nosotros, tarde aprendimos que lo barato sale CARÍSIMO!!! Y no sólo en plata sino en disgustos: sin agua caliente en plena mañana de invierno, sin agua alguna en pleno día de vernao y con toda la humedad de Londres metida en el único placard de la casa. Nunca más (así tengamos que vender un órgano para costearlo). No paso el apellido de nuestro Caverna por los hijos que tiene que mantener pero, ojalá no se lo crucen.

    ResponderBorrar
  10. lo del señor Caverna es cosa seria... logró victimizarse a pesar de mí...

    el apellido Caverna es de ficción, pero si la mano sigue así logrará superar al real... y eso sí que sería grave...

    ..

    ResponderBorrar
  11. Y si aparece qué haces? le reclamas la pastina azul del baño, la chimenea que se desmoronó, o las cataratas del techo que arreglaron el año pasado? decile que me debe un par de mosquiteros, pero que no se caigan por favor...

    ResponderBorrar
  12. sorry, seguro que estaban en la camioneta q le afanaron...

    ResponderBorrar
  13. cómo una desgracia ajena puede resultar entretenida, este post es el ejemplo!
    :-/

    ResponderBorrar
  14. Yampol, gracias... Mal de muchos, consuelo... nuestro...
    Cómo nos cagó Cavernaaaaaa!!!! A nosotros nos encanutó unas cuantas monedas.
    Y para peor, tenía pinta de ser más bueno que lassie enfermo...
    Aparte, faltó el dato de cómo llegó Caverna: a Señora Teja le dió pena, porque su kinesiologa-masajista tenía al marido sin laburo... y era maestro mayor de obras, casi arquitecto... y ella y marido estaban por encarar la construcción de una casita... "y bueno, llamalo", dijo finalmente Alex Michelin... (maldito ese día)

    ResponderBorrar