Cabalgata al más allá


Hace rato que José de Zer colgó el micrófono y fica recluido en su monoambiente de Chacarita. O tal vez está en algún rincón del universo estelar, secuestrado por alienígenas. Esa es la versión del Chango, su fiel compañero que se hizo famoso en todo el país sin haber salido nunca en cámara porque era el muñeco que la llevaba al hombro. Seguíme, Chango, seguíme.

José de Zer no tuvo sucesor. Hubo un antes y un después de este cronista que en cada aparición parecía morirse de un ataque de asma. Inolvidables transmisiones que no tenían más puesta en escena que esa respiración siempre agitada que buscaba darle dramatismo y suspenso a imágenes confusas que por sí solas no te decían una mierda.

Fue José de Zer quien lo dio entidad al asunto. Fue el que le dio bola a los pueblerinos que aseguraban haber visto ovnis dando vueltas por el Uritorco, el cerro que se levanta pegado a Capilla del Monte, en Córdoba.

El pueblo se revolucionó. Primero con un cagazo padre, lógico, porque no les hacía mucha gracia que Eté y su ballet se pasearan por allí. Pero después vieron luz cuando se dieron cuenta de que la cosa había rebotado fuerte y convocaba a gente de todas partes.

Se armó un circo de novela. Arreglaron el circuito para subir a pie hasta la punta del cerro y, como los curiosos aventureros llegaban a patadas, alguien tenía que alimentarlos, refrescarlos y ensartarlos con algún souvenir alusivo. El que salía como trompada era una especie de gauchito gil que en lugar del poncho rojo calzaba un traje como el que usaba la mujer lagarto que les entraba a los ratones como si fueran canapé.

Para esa época, el Gringo venía de capa caída con su negocio de alquiler de caballos. Los matungos parecían recién salidos de un campo de concentración y para hacerlos galopar les tenías que mostrar un bizcocho de grasa a unos doscientos metros.

Pero con la movida alienígena las acciones del paisano se fueron para arriba como pedo de buzo. El tipo, que de boludo no tenía ni la sombra, aprovechó la volada para organizar cabalgatas al Uritorco. Se vio la trilogía completa de la Guerra de las Galaxias para ponerse en tema y empezó a sacarle jugo. Así, rápidamente pudo enterrar en el pasado aquel percance que tuvo con unos flacos, uno de ellos conocido mío, que le alquilaron tres caballos y le devolvieron dos. Había uno que no la tenía clara galopando en sendero de montaña y terminó al fondo de un cañadón. Nunca nadie supo cómo carajo se salvó el jinete, que bloqueó el episodio por el julepe que lo violó aquel día. Cuando volvieron los otros dos al puesto del Gringo, al pobre le batieron que el tercero se había demorado y estaba al llegar. Todavía lo está esperando.

Con las expectativas renovadas, el Gringo se mandó a imprimir unos volantes que mostraban el dibujo de un caballo totalmente desproporcionado, parado debajo de una especie de plato volador que a su vez emanaba una luz que cubría todo un poblado. Y en letras gigantes, una frase bastante ilustrativa: 'cabalgatas al más allá'. No, pa, aquello era algo que no nos podíamos perder, así que nos prendimos de una. Un campeón del marketing precario el Gringo.

La cabalgata era de dos días porque había que hacer un rodeo grande y llegar a destino por la parte de atrás del Uritorco.

Arrancamos bien temprano. Éramos veinte, entre los que veníamos juntos -unos quince- y cinco fanáticos que estaban en estado alfa ante la posibilidad de algún contacto cercano. Hablaban raro, vestían raro, nos miraban raro. Los flacos venían equipados como si los visitantes se los fueran a llevar de paseo. Para nosotros la cuota supranatural casi que ya estaba cubierta, porque los alienígenas no podían ser muy diferentes a esos androides que venían con nosotros. Para desilusión de la banda, la rubia de Doritos no nos acompañó.

El Gringo había equipado a los caballos con unas generosas alforjas porque, aseguraba, allá arriba estaba llenos de objetos extraños que confirmaban el paso del ovni y que valía la pena llevarlos de recuerdo. El Gringo manejaba data que la propia ciencia desconocía, un capo.

El primer día de cabalgata fue de lo más tranquilo, a paso cansino entre valles con pastizales y algún que otro camino de corniza cuando nos tocó atravesar unas sierras. Lo único que rompió la monotonía en esa jornada de paspadura, fue el palo que se dio uno de los androides cuando levantó demasiado las gambas para cruzar un arroyo y se fue directo al agua. No mucho más.

No nos cruzamos ningún extraterrestre ni nada parecido. Con tanta alaraca previa, pensábamos que el Gringo iba a hacer algo parecido a lo que hacen los buscas que llevan a gente de afuera a pescar al sur y que contratan a un buzo para que le chante un par de truchas en el anzuelo, cosa que el turista no rompa los huevos y se vaya realizado. No sé, capaz que podría haber disfrazado de Eté a algún paisano medio cabezón para que nos hiciera el show y le metiera un poco de pimienta a la cosa. Pero no, nada. Por lo menos no en ese primer tramo.

Justo cuando febo se tomaba el buque y nos dejaba a oscuras, llegamos a un rancho donde se suponía que pasaríamos la noche. Estaba abandonado y, según el Gringo, había estado habitado hasta el día en que sus dueños se las tomaron porque la presencia de ovnis los atormentaba. Al toque de desensillar empezamos a escuchar ruidos que venían de la cabaña. Los androides ya estaban casi entregados. Pero no eran seres de otro planeta los que nos salieron al encuentro, no señor, ojalá. Alguien estuvo unos días antes que nosotros y se dejó algunos restos de basura. Al roedor más chico lo tuvimos que meter en el corral con los matungos.

Nadie durmió adentro de la choza. El Gringo aprovechó el fogón improvisado para arrancar con un repertorio de historias fantásticas, una más delirante que la otra, pero que en ese contexto logró ponernos en clima. El fuego crepitaba intenso y se reflejaba en la cara del Gringo, que por un momento se convirtió en el Narciso Ibañez Menta de las sierras. El tipo acompañaba sus relatos con una música onda new age que salía de las cuerdas de su guitarra y se desparramaba por cada rincón de ese páramo. Los androides estaban que levitaban.

Amanecimos con un principio de hipotermia porque habíamos estado a la intemperie sin mucho abrigo. Mate, bizcochos y otra vez en camino.

A media mañana llegamos al lugar donde supuestamente había aterrizado el ovni. Era una especie de explanada en la ladera este del cerro, con la hierba apisonada y cuatro restos de fogatas que formaban un cuadrado perfecto. El Gringo se sacó la boina y nos explicó que aquello eran las marcas de la nave. Para nosotros eran restos de terribles asados, pero si el Gringo dijo que allí bajaron, palabra santa, lo bancamos a muerte.

Mientras el Gringo hablaba, miré de reojo para donde estaban los androides, que siempre se movían en grupo sin hablarse y sin mirarse. Había cuatro, faltaba uno, definitivamente no estaba. El Gringo se subió de un salto a su caballo y salió al galope después de gritar que aquello podía ser obra de los visitantes. Esperamos como dos horas y no había noticias, ni del Gringo, ni del androide extraviado.

Uno de los que venía con nosotros conocía bastante la zona y nos dijo que sabía de un camino mucho más corto para volver. Lo seguimos de una, todos menos los cuatro androides que seguían como petrificados.

Tardamos tres horas en llegar al mismo lugar desde donde habíamos salido el día anterior. Ahí nos esperaba el ayudante del Gringo, que contaba sacudiendo la cabeza y no le cerraban los números.

Le devolvimos los caballos y le dijimos que el resto venía atrasado, que estaba al llegar.

11 comentarios:

  1. Que jugador el gringo!! Y jose de Zer ni hablar... pobre chango, ni el portero lo reconoce! buen relato JP!!

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  2. No me jodas que al pibe se le desbarranco el caballo y se hizo el boludo... jajaja, increible.

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  3. suspenso! nunca supiste que paso con los demas?

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  4. "bloqueó el episodio por el julepe que lo violó aquel día"... a veces sos taaaan gráfico...

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  5. juajuaaaaa!! Y que paso con el androide??

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  6. "Cabalgatas al más allá", inspirador... Jajaja. Cómo me hiciste reír con la descripción del folleto con el caballo desproporcionado abajo del plato volador. Gracias por eso!

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  7. El gringo no sabra dibujar un caballo pero en marketing nos pasa el trapo, jaja!

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  8. Hice la misma cabalgata hace unos años, lástima que no me acompañaron ni el gringo ni los androides. Los lugareños estan convencidos que hay una ciudad oculta entre las montañas.

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  9. Ja, ja! muy bueno. Muy bien el gringo, hay q rebuscarselas para vivir y el supo aprovechar la oportunidad.
    No fue la mina de doritos? Mejor!!!!! tiene una voz de pito!!! imaginate fumartela dos dias... jpp limon hacia desbarrancar su caballo tambien!

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  10. Anda a saber cómo los veían los androides a ustedes...

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  11. relato verídico??? simpático

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