Les dieron milonga y ellos la bailan



Si me apurás te digo que la única razón por la que anotamos a la mayor en ese jardín de infantes fue porque nos quedaba a un par de cuadras de donde vivíamos en ese momento. Fue por comodidad, ni hablar. Bueno, que nos saliera dos mangos también ayudó. En todo caso después vemos cómo viene la mano en lo académico, me acuerdo que pensamos.

Pero la realidad le dio un sopapo a ese prejuicio de creer que a un jardín humilde no le da el cuero para dar una buena educación. Una banda docente con el delantal bien puesto, dedicada y aguerrida, es suficiente recurso para llevarse a la rastra a un presupuesto escuálido que se quedaba sin aire antes de fin de mes. Y que encima hicieran todo siempre con una sonrisa que les ocupa tres cuartos de la cara, un lujo señores. El resultado es un nivel general que les pasa el trapo a unos cuantos jardines privados que se las dan de instituciones top y no son chicha ni limonada.

San Justo, así se llama el jardín, es de la Pequeña Obra de la Divina Providencia, que se conoce más por obra Don Orione. El jardín es dirigido por las religiosas de esa orden, las Pequeñas Hermanas Misioneras de la Caridad, que en ese colegio estaban representadas por una monja que no pasaba el metro cuarenta. Si eso no es coherencia... La petisa desparramaba buena onda las veinticuatro horas del día, con una sonrisa que si se las quería borrar tenías que hacerle una cirugía.

Luis Orione era un cura que fundó esta obra en Italia hace más de cien años y después la trajo a nuestro país. La historia de su vida no tiene desperdicio, recomiendo googlearlo. El tipo tenía una frase que resume un poco su filosofía y la de todos los que le dan vida a su obra. La misma frase que se apropió el falso Pepe Biondi que recorre con su acordeón y su banquito los vagones del Mitre: sólo el amor salvará al mundo.

En el jardín, a la formación religiosa le metían una onda mística que a los pendejos los movilizaba como locos. En casa, cuando llegaba la hora de la oración antes de dormir, la borrega nos salía con un canto a viva voz, acompañado de ampulosos movimientos de brazos y un pase de baile onda los del coro Harlem Gospel. Nada de tres avemarías, "Jesús está pasando por aquí, y cuando pasa todo se transforma, la alegría viene, la tristeza va..." Después de pasar el hijo del Barbas desfilaban "por aquí" todo tipo de personajes, bíblicos o no, lo que pintaba en el momento. Cuarenta minutos nos pasábamos con la patrona improvisando pasitos y tratando de que la borrega no siguiera recordando nombres para incluir a la ceremonia.

Después de la mayor fueron la flaca y el Malevo, todos copados con el jardín. Y nosotros acompañábamos hasta ahí. Hasta que nos invitaron al famoso cotolengo que tienen en Claypole. Eso sí que fue un golpe bajo, un bife a mano abierta para los que a veces vamos por la vida sin abrir bien los ojos y mirar a los que necesitan una mano. Sor Pequeña nos advirtió que aquello iba a ser fuerte. Por eso tienen por costumbre mandar allí, por un par de años, a las monjas recién consagradas. Si pasan esa prueba, están listas para cualquier cosa.

Nos fuimos en banda junto a otros padres y llegamos al cotolengo pasado el mediodía. La aparición de tres personajes, que andarían por los cuarenta, nos sacudió la modorra del viaje de casi dos horas que separa a San Fernando de Claypole. El primero avanzaba a los saltitos y medio de costado, moviéndose al ritmo de un Cuasimodo autóctono que no podía reprimir la emoción que lo tenía como poseído. Se había mojado los catorce pelos que le quedaban y los había tirado prolijamente para un costado. El segundo, un pelado de ojos saltones y mirada que te entraba como daga, venía en silla de ruedas y las gambas le terminaban antes de la rodilla. Lo venía empujando el tercero, una especie de gigante Gonzalez que no se entendía cómo podía meter tantos tics en una misma cara. Ideal para compañero de truco.

Los tres se salían de la vaina por saludar a Sor Pequeña, que se les fue al humo enseguida. Colección-de-tics le calzó a la petisa un abrazo XL que la dejó con las patitas en el aire. Lloraban, los tres lloraban. Hablaban torpe y le preguntaban si les había traído caramelos. Sor Pequeña les dijo que más tarde, que un poco de paciencia, que aquél día les había llevado algo mucho mejor: visitas.

La mirada que nos clavaron los tres al mismo tiempo nos hizo pensar por un momento que los caramelos eran mucho más programa que nosotros. Pero al toque socializaron y el gigante me chantó un apretón de manos que todavía hoy tiene secuelas.

Avanzamos todos por la calle interna principal de un predio que, fácil, tenía unas cuatro o cinco hectáreas. Hombres y mujeres, separados por sector, vivían en unas especie de pabellones que tenían habitación para unos veinte, baños, sala de juegos y un comedor. El estado de los edificios no era de abandono pero sí hacía notar el paso del tiempo. Igual, la garra que le metían para sacarle a cada instalación lo mejor de sí contrastaba con ese aspecto añejo. La limpieza era una cosa de locos, admirable.

Los tres mosqueteros no se nos despegaban ni medio metro. Y a cada paso que dábamos se nos iban apareciendo más, de la nada, con una manifestación genuina de alegría que nos ponía los pelos de punta. Alta emoción, la de ellos y la nuestra. Éramos la distracción. Éramos una bocanada de mundo real para esas personas que hacía rato eran protagonistas de su propia película.

Después de eso hicimos un recorrido por otras zonas que metían miedo por la actitud agresiva de los locales. Fue una visita rápida y tratando de hacer el menor contacto posible con esa gente que se sentía invadida y nos miraba desafiante. Hubo una parte que directamente no pudimos hacer porque no era lo más recomendable.

Después del recorrido y de almorzar en un comedor gigante, estuvimos de charla con quienes nos acompañaron durante un rato. Eran los que, según Sor Pequeña, pertenecían al grupo de los más inofensivos. Salieron conversaciones de lo más bizarras, incoherentes, locas. Pero daban ganas de hacerlas eternas.

La cosa terminó con una misa en la capilla del cotolengo, que guarda el corazón de San Luis Orione como reliquia. Éramos unos doce en una de las naves laterales y yo, como estaba parado en un costado, al cura lo veía de perfil. En medio de la ceremonia, se abrió una de las puertas y entró un hombre de unos cincuenta años, claramente abstraído de lo que estaba pasando. Encaró al cura y se le paró enfrente, cara contra cara, respirándole encima y murmurando algo que yo no llegué a escuchar. El cura ni se inmutó. Interrumpió su sermón para mirarlo fijo con una sonrisa serena que soy incapaz de describir. Durante esos cuarenta segundos de silencio, no pude evitar pensar en la clase de vida del cura. Al tipo le dieron milonga y él eligió bailarla, y demostró bailarla como los dioses. Igual que Sor Pequeña y las otras monjas y voluntarios que le ponen el pecho a las balas y viven entregados veinticuatro por siete a la atención de gente a la que cualquiera le daría la espalda.

Lo que siguió no me lo acuerdo. Todo lo anterior no me lo olvido más.
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12 comentarios:

  1. Excelente relato JPP!! hay que tener huevos para sacrificar la propia vida para atender a esta gente que ademas no es gente facil de tratar.
    Abrazo y felices pascuas para vos también!

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  2. Yo tambien estuve en el cotolengo por un recital que hubo a beneficio y la verdad que es muy impresionante, y tambien es impresionante todo lo que logró Don Orione. Te felicito por el relato, esta buenisimo.

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  3. Un groso el cura. y pensar que uno vive la vida sin saber de la existencia de algunos que reuncian a todo para ayudar a los demas. Me encanto la anecdota.

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  4. JPP, muy buen relato el de hoy! Yo tuve la suerte de ir al cotolengo con el Colegio, la verdad que es una imagen que no me borro más y espero que el colegio siga con esa clase de salidas, es una cachetada a una realidad desconocida por una gran mayoría. La gente que trabaja ahí, a ellos sí que habría que hacerles un monumento, dedicar su vida así es algo que admiro.

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  5. Una pluma oportunista la tuya! en estos días de fiesa para los que somos catolicos esta bueno reflexionar sobre lo mucho que hace otra gente que no busca medallas ni aplausos.

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  6. jajaja, me mató lo del temita musical místico de tus niños! Cómo vas a ser tan insensible de no dejarlos expresarse!! jajajja.
    Buen relato, el cura un fuera de serie!

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  7. A mi me mato lo del falso Pepe Biondi del tren. jaja, sabias que hay un grupo en facebook que se pregunta quien lo conoce y tiene un monton de fans? un loco lindo el viejo....

    Felices Pascuas para todos y ojala imitemos un poco a la monjita de metro y medio....

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  8. Muy buen relato, especial para estas fechas... Que estas Pascuas les traiga paz al corazon

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  9. Genial el relato! Increible lo de esta gente, admirable. Actitudes como estas son de las pocas cosas que me devuelven la fe cuando dudo, porque si hacen algo así es porque ven a Dios en cada una de esas personas, y ademas están convencidos de que serán recompensados.
    Gracias por compartir la experiencia JPP!!

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  10. Felicitaciones, muy bueno y removedor de perezas...
    Abrazo.
    DG

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  11. Muy buen relato y mejor actitud la del cura y compañía. Abrazo.

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  12. estas experiencias te hacen agradecer lo que tenés y te dejan pensando en todo lo que deberías hacer, no?
    Pensar que llegamos a ese jardín de casualidad y fue de las mejores cosas que nos pasaron...

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