Con olor a revancha


La situación era lo más parecido a lo que seguramente habrán sido los días previos al diluvio universal.

Nuestro Noé era una suerte de lo que hoy la crueldad adolescente llama nerd. Creo que en esa época no existía la palabra nerd, quizá porque casi nadie tenía computadora. Cuestión que este flaco era nuestro Noé y el resto de sus compañeros de carpa veníamos a ser los animales que supuestamente se iban a salvar.

El cielo no podía estar más celeste. Y en esa zona de sierras (sieyas, porque era en Córdoba) el cielo era más celeste todavía, casi azul. Estaba, ponéle, prístino. Sí, prístino suena bien, siempre me gustó esta palabra pero no tenía dónde usarla. O sea, si venís de afuera y alguien te pregunta qué onda el clima vos no le respondés joya, cielo prístino. Pero acá calza perfecto. Cielo prístino entonces.

Con un cielo así, tan prístino, no tenía sentido lo que estábamos haciendo. Pero, no me pregunten por qué, había algo que nos hacía bancar a muerte a nuestro Noé, que había pronosticado soretes de punta para esa misma noche. Aunque hubiera cielo prístino.

La cosa fue que toda la pendejada se divertía tirándole cuchillos a una iguana que encontramos muerta. Sí, muerta, nosotros no la matamos, tengo testigos. Al bicho lo colgaron de un árbol, sostenido con alambres, y la joda era atravesarle la piel que era más dura que la mierda. Por supuesto que nadie pudo. Bueno, todo el mundo andaba en eso menos nosotros, que chivábamos como locos cavando una canaleta gigante alrededor de la carpa, levantando los bordes con ramas y reforzando el sobretecho con lo que tuviéramos a mano.

Igual que en la historia bíblica, todos se nos cagaban de risa, con ganas, pero nosotros nos golpeábamos el pecho con puño apretado y señalábamos a nuestro Noé. Ya van a ver.

En los campamentos donde no pasan muchas cosas, la clave es coparse con algo que sirva para llenar el tiempo. Así que nos obsesionamos con el operativo impermeabilizante, y de tan metidos en la cosa se nos pasó la hora del almuerzo. Ahí nomás largamos todo y rajamos para la zona del morfi.

Nos recibió una batalla campal. Los cachos de polenta, incomible, volaban onda proyectiles contundentes por un cielo todavía prístino. El cachafaz que había intentado cocinarla no tenía ni puta idea de cómo se hacía, pero se ofreció porque era eso o salir a buscar leña.

El coordinador principal del campamento, el que en teoría tenía que calmar los ánimos y poner un poco de orden, estaba en primera línea del frente de batalla meta revolear esas especies de cascotes que se desarmaban en el aire. Digamos que le sobraba polenta.

Cuando se calmó un poco la cosa, todavía quedaba la difícil misión de calmar a las fieras famélicas que querían saquear la carpa despensa. A uno de los coordinadores se le ocurrió cocinar un revuelto gramajo para los treinta. Usó cincuenta huevos en una mega sartén que sosteníamos entre cuatro, y le metimos jamón, fritas de paquete, queso y algún que otro garzo made in algunos de los graciosos que nunca faltan. Tremendo almuerzo.

Lo que viene, lo que viene, nos dijo el coordinador, es el desafío de los sobrevivientes. El asunto consistía en llevarnos en la caja de una camioneta, tapados por una lona, hasta algún punto en el medio de las sierras. Ahí nos dejaban, en grupos de a cuatro, con una botellita de agua, una lata de paté cerrada y una brújula que nadie sabía usar. La joda era volver al campamento antes del anochecer, mientras los coordinadores se pegaban una siesta criminal sin pendejos rompiendo las guindas alrededor. Programón.

Antes de salir, los de las otras carpas les rogaban a los coordinadores que suspendieran la actividad. Decían que era muy peligroso salir con un clima tan fulero como ése. Otra vez las risas socarronas bajo un cielo... prístino.

Salimos poco después de la una y a eso de las siete y media ya estábamos de vuelta. Ni una puta nube. Todos se concentraron en la gastada para los boludos que se habían pasado toda la mañana haciéndole caso a un desquiciado que se las daba de Dennis Quaid en El día después de mañana.

Fueron cinco minutos, a lo sumo diez. El cielo se puso negro negrísimo, el viento volaba carpas armadas como el culo y las copas de los árboles se movían al ritmo de los truenos y relámpagos que le daban más dramatismo a la cosa. Y no tardaron en aparecer unas especies de gotas asesinas que golpeaban sin piedad. Fue todo tan rápido que no hubo tiempo de disfrutar la cara de pánico de los que corrían desesperados sin saber qué hacer.

Nuestro Noé andaba más ancho que el mismísimo Peucelle. Su profecía ya era una realidad y se sabía respetado por toda la gilada, incluido eu.

La tormenta perfecta no aflojaba, las corridas afuera se multiplicaban y nosotros no hacíamos más que disfrutar nuestra revancha. Hasta que pasó lo impensado.

La primera señal fue un sutil aroma que logró romper la buena onda que había en la carpa. Silencio de tensión. Treinta segundos fueron suficientes para que el hedor se hiciera insoportable. Un pedito podrá ser divertido, como dice mi hijo Little J, pero aquello superaba el umbral de lo tolerable. Lluvia o cámara de gas, ésa era la cuestión.

Fui el primero en disparar. No tuve ni tiempo de buscar la campera, y a los dos metros ya estaba mojado como si me hubiera caído en un arroyo. Me metí, al pedo, debajo de un árbol y al toque me siguieron los demás. Todos menos el gurú de la meteorología, que decidió quedarse en la carpa por razones obvias.

Así concluyó la simpática historia del tipo que supo predecir los soretes de punta pero no pudo controlar los propios. Un capo.
.

6 comentarios:

  1. el ancho Peucele??? mostraste la hilacha hermano...

    ResponderBorrar
  2. Juaaaaaaaaaaaaaaaa!!!!!!!!!!!! Lo mato!!!!
    y muy buen titulo por cierto

    ResponderBorrar
  3. JAA muy bueno, para mi que el flaco tenia todo planeado desde el principio sabiendo de su flatulitis crónica y que casi siempre le pegaba de pedo al pronostico del tiempo, puso a laburar a un par de giles que le armen su refugio anti tormenta y poder asi gozar en paz y sin esclavos de su terrible flatulitis ¡

    ResponderBorrar
  4. muuuy buen cuento, pero que la iguana la encontraron muerta... mmm, no se si te la creo. me parece que era del gurpete del cusco q te encontrarste en el playón.

    ResponderBorrar
  5. no te lo puedo creeee... un genio el gurú o un gurú el genio

    ResponderBorrar
  6. jajajaja un fenómeno! este relato me trajo muchos recuerdos de campamentos que tenía archivado en algún ram! gracias!

    ResponderBorrar